Camino del Salvador. Etapa 3. Poladura de la Tercia - Pajares
La etapa reina del Camino del Salvador es otra preciosa jornada montañosa, en la que se asciende al punto más alto de la ruta y se entra en el Principado de Asturias.
“Llegué a la conclusión de que era posible pasar la vida sin hacer otra cosa que caminar.”
En los senderos, ROBERT MOOR
5 de octubre de 2024. El desayuno en la triste cocina del albergue de peregrinos de Poladura de la Tercia es necesariamente frugal. He de reservar provisiones; tal vez no haya ocasión de comprar más hasta mañana en Campomanes.
Emprendo una nueva jornada en el Camino del Salvador, pasadas las 9 de la mañana. La pareja de peregrinos brasileños se ha marchado hace un rato, mientras que el trío de jóvenes alemanes saldrá después que yo. No ha habido ninguna conversación entre nosotros. Se notaba cierta tensión tras el incidente durante la noche, cuando el chico alemán se levantó para zarandear la litera de los brasileños porque uno de ellos roncaba.
No he venido aquí a pelearme con nadie, así que empiezo a andar feliz y animado, como en cada inicio de etapa. El pueblo es tan pequeño que lo abandono en apenas un par de minutos y, enseguida, tomo una pista de tierra ascendente. El cielo está muy nublado, pero la temperatura no es demasiado fría; no llueve, ni sopla apenas el viento: un día perfecto para caminar.
De Poladura de la Tercia al Puerto de Pajares
La etapa de hoy, con destino a Pajares, tiene menos de 14 km, pero se suele considerar la “etapa reina” del Camino de Salvador por su perfil quebrado.
La belleza del paisaje impresiona desde el primer momento. Se trata de una zona de media montaña, desarbolada y agreste. La niebla cubre algunas de las cimas de los montes. Sigo ascendiendo y el camino se transforma, poco a poco, en un agradable sendero estrecho que discurre entre hierbas altas. Aquí y allá, unas flechas montadas sobre varillas metálicas indican la dirección correcta.
Pronto los alemanes me alcanzan y les cedo el paso para que me adelanten. Las chicas me devuelven el saludo; el chico, no. Espero unos instantes antes de reanudar la marcha para dejar que se alejen un centenar de metros. No hasido el encuentro más agradable de los que he tenido en el Camino pero, por suerte, no volveré a verlos.
Vuelvo a quedarme solo y avanzo, disfrutando del paisaje y el silencio. Caminar por aquí me provoca cierta nostalgia. Se percibe en el ambiente que el verano ya ha quedado atrás y que el frío y la oscuridad del largo invierno están al acecho.
El sendero describe una amplia curva y asciende por la ladera hasta alcanzar una arista donde se alza una cruz sobre un poste: es la Cruz de San Salvador. Estoy en el Canto de la Tusa y, desde aquí, se pueden contemplar vistas de postal sobre el valle de la Tercia.
Se sigue ascendiendo de forma constante aunque sin que la pendiente resulte excesivamente dura. A pesar de la vegetación, el sendero se distingue con claridad casi todo el tiempo y, en cualquier caso, el camino está bien señalizado gracias a las flechas pintadas en las rocas y a las “piruletas” metálicas. En invierno, si hubiera nieve, sería más complicado de seguir si no se conoce bien. Pero, en este momento, solo me preocupan un poco la niebla y los nubarrones, que se ven ahora más cerca que antes.
Supero un pequeño collado y alcanzo a la pareja de peregrinos brasileños. El más joven, con algo de sobrepeso, camina despacio, pero se nota que lo hace con buen ánimo. Su compañero va avanzando y se detiene para esperarlo. Sonríen y nos deseamos “Buen Camino” mutuamente. Estos sí que parecen majos.
Llego a la collada del Cueto (o del Coito), donde hay ubicada otra cruz. Es un hito en esta ruta jacobea; me encuentro en el punto más alto de todo el Camino del Salvador, a 1.568 metros de altitud. Cruzo una alambrada a través de un torno. De nuevo, desde aquí las vistas son formidables; abajo, en el valle, se deja entrever el pueblo de Busdongo.
Se baja por la ladera para, después, volver a ascender hasta el collado de la Sierra del Cuchillo, a 1.564 metros de altitud. Esta subida es durilla pero, en general, la etapa no me está pareciendo tan fiera como la pintaban. No obstante, ahora hace más frío y ha comenzado a lloviznar.
Desciendo por una pista ancha. A lo lejos, se divisa ya la localidad de Arbas, junto a la carretera del puerto de Pajares, así como la colegiata de Santa María. También destaca, un solitario aerogenerador en la cresta de la sierra.
Unos minutos después, un mojón indica un giro brusco a la izquierda, lo que me obliga a superar un cerco para el ganado, confeccionado con dos cintas de plástico paralelas. Se trata de un pastor eléctrico: las cintas emiten una descarga de corriente muy pequeña, pero suficiente para disuadir a los animales. Es raro que el Camino tenga que atravesar uno así, sin más. Toco ligeramente la cinta superior y no noto nada, pero, por si acaso, la levanto ayudándome con el mango del bastón de senderismo y paso por debajo. Otra prueba superada en el Camino.
Se desciende zigzagueando entre arbustos y helechos hasta una pista mas ancha que describe un nuevo sube y baja. Hay vacas por esta zona, y escucho las voces del pastor provenientes de algún punto del monte, aunque no consigo verlo. Después de atravesar un par de arroyos, paso junto a una majada llamada de las Caballetas. La construcción parece muy antigua; es uno de esos lugares que te traslada en el tiempo.
Un rato después, tras superar una zona con varias torres de alta tensión y descender una ladera muy empinada, llego a Arbas, una aldea de apenas una decena de casas, casi todas abandonadas. Visito la Colegiata de Santa María, para lo cual es necesario cruzar con precaución la carretera que desciende del puerto de Pajares y retroceder unos metros.
La colegiata, construida en los siglos XII y XIII y declarada monumento histórico en 1931, fue en sus origenes un hospital de peregrinos. Está abierta y en silencio; no veo a nadie por los alrededores. Descanso aquí unos minutos, disfrutando de la paz que transmite el templo, como seguramente han hecho tantos peregrinos a lo largo de los siglos.
Del Puerto de Pajares a Pajares
De nuevo en marcha, toca subir hasta el puerto de Pajares por la carretera. Aunque el arcén es ancho, este tramo me resulta algo peligroso ya que el trafíco es intenso, camiones grandes incluidos.
No obstante, llego sin incidencias a la cima del puerto, que es el límite entre Asturias y León. Dudo si entrar o no en el antiguo parador, ya que se está levantando el viento y unos nubarrones procedentes del sur amenazan con lluvia. Tal vez debería continuar antes de que el tiempo empeore, pero al final decido que no puedo pasar de largo sin visitar el parador.
Construido en los años 50, el lugar fue decayendo tras la apertura de nuevas vías de comunicación con la meseta. En la actualidad, solo funciona la cafetería, la cual, por cierto, está a tope de gente. No se puede acceder a la terraza, pero a través de las cristaleras puedo contemplar unas espectaculares vistas mientras disfruto del almuerzo.
Tras este breve paso por la “civilización”, retomo la ruta. Para evitar el descenso por la peligrosa carretera se retrocede unos metros y se toma una senda sobre un talud que cae hacia una pista rural de tierra. En algunos momentos se estrecha, está embarrada y se acerca peligrosamente al borde del talud, por lo que es necesario andar con cuidado. Llovizna y sopla el viento viento. Aunque no es un tramo muy largo, sí resulta algo incómodo.
Llego hasta una alambrada para el ganado que marca también el límite entre Asturias y León. Aquí me encuentro con el primer mojón de Camino de estilo asturiano, similar a los muchos que me guiaron durante el recorrido por el Primitivo.
Hay una portilla para superar la alambrada. Es pesada y tengo que levantarla del suelo embarrado así que me cuesta cierto esfuerzo abrirla y volverla a cerrar. No obstante, consigo cruzar al otro lado y descanso un momento para recuperar el aliento. En ese instante, me doy cuenta de que, a apenas tres metros, hay un torno giratorio, parecido al del alto del Coito, por el que podría haber pasado cómodamente sin ningún problema. Por otro de mis tradicionales despistes, no me he fijado. Echo un vistazo a mi alrededor, un poco abochornado, pero creo que, por suerte, nadie me ha visto protagonizar este “momento Mr. Bean”.
Aunque técnicamente el antiguo parador ya se ubica en suelo asturiano, es ahora cuando entro de forma oficial en el Principado. Desciendo de nuevo hacia la carretera por un prado en fuerte pendiente, donde pastan algunos caballos. Tengo que cruzar un regato y hay zonas encharcadas por lo que no puedo evitar mojarme los pies. Atravieso, una vez más prestando mucha atención, la carretera que asciende al puerto.
Ahora se observa ya un entorno diferente. Los valles asturianos son más profundos y tienen forma de uve; las crestas más escarpadas y los montes más arbolados. Desde donde me encuentro, se pueden contemplar unas estupendas vistas del valle de Valgrande. Aunque solo vivo en Asturias desde hace solo año y medio, ya siento un gran cariño y arraigo por estos paisajes. “La tierrina” es, supongo, ya un poquito parte de mí.
Al poco rato, alcanzo una bifurcación. Hacia la derecha, el sendero conduce al pueblo de Pajares; hacia la izquierda, una pista más cómoda desciende hacia San Miguel del Río, lo que es una buena opción para los peregrinos que viajan en bici o que no tengan intención de pernoctar en Pajares.
Tomo el camino hacia Pajares, el cual desciende de forma muy pronunciada durante un buen trecho. Resulta bastante duro para las piernas, ya que llevo varias horas de marcha y tengo que ir frenando debido a la pendiente. En algunos momentos, el sendero se interna en la vegetación hasta casi desaparecer. Sin duda, es otro tramo de auténtico senderismo: muy divertido, pero a la vez es necesario andar con cuidado para evitar una caída.
Desde hace ya un buen rato, el tiempo está extraño. Un minuto sale el sol, tengo calor y me quito la chaqueta; al siguiente empieza a soplar el viento y noto frío, así que me la vuelvo a poner. Tiempo asturiano, 100%.
Al cabo de media hora, la senda se interna en un precioso hayedo. En algunas zonas hay mucho barro y en otras el camino apenas es visible, pero la señalización es buena y pronto salgo a un prado abierto. El paso por el bosque ha sido breve, pero emocionante. Me encantan los hayedos; tienen algo mágico, son, para mí, los bosques de los cuentos clásicos.
Después de otra bajada pronunciada atravesando el prado se llega a una pista, por la que se llanea durante unos minutos, entre vacas y caballos que me observan con curiosidad.
De pronto, la ruta se desvía de la pista y sigue por un sendero que sale a mano izquierda. Estoy a punto de saltarme este desvío, ya que el mojón se encuentra casi oculto por una rama caída. La retiro para que evitar que no despiste a los peregrinos que vengan después. En el mantenimiento del Camino, todos contribuimos.
Avanzo cuesta abajo por el sendero hasta desembocar en una nueva pista de tierra. Esta conduce ya directamente a Pajares, pasando antes junto al cementerio, y alcanzo las primeras casas del pueblo cuando son las 16:00 horas. Pajares cuenta con unos 50 habitantes censados y apenas una calle, pero se sitúa en un lugar privilegiado.
En el albergue de Pajares
Localizo pronto el albergue y telefoneo a la hospitalera, Marisa, quien llega a los pocos minutos y me muestra las instalaciones. El albergue es mucho mejor que el de Poladura: limpio, con duchas decentes y dos dormitorios separados.
Elijo cama pero le advierto a Marisa que quizá vengan los brasileños y que uno de ellos ronca mucho, por lo que, si es necesario, podría cambiarme de dormitorio. “¡Que se cambie el que ronca!”, bromea ella. Es una mujer muy simpática y atenta.
La panorámica desde la ventana del dormitorio es espectacular. Esto sí que es lujo y no un hotel de cinco estrellas.
No mucho después, hacen su aparición los brasileños. Resulta que uno de ellos, el más joven, se ha caído en el barro en la zona del hayedo, así que ha llegado cubierto hasta arriba; parece Schwarzenegger en el final de Depredador, pero no pierde la sonrisa, a pesar de todo. Marisa les ayuda enseguida a poner la lavadora.
Más tarde, nos sentamos todos alrededor de una mesa para charlar. El brasileño más mayor, que habla bastante bien español, se disculpa por los ronquidos de la noche anterior y comentamos el incidente con el chico que zarandeó su cama. “Qué se le va a hacer…”, dice. Por suerte, los alemanes no han aparecido, ni lo harán.
En el albergue no hay cocina, pero si máquinas de café, bebidas y chucherías. Marisa nos invita a unas patatas y nos hace el registro mientras conversamos. Los brasileños son muy simpáticos. Han recorrido el Camino del Norte anteriormente y, en esta ocasión, continuarán por el Primitivo desde Oviedo. Yo les muestro fotos de mi aventura en la nieve por la ruta de Hospitales y se quedan asombrados.
Marisa nos pide que firmemos una petición para solicitar a las autoridades la instalación de fibra óptica en el albergue, y nos hace un pequeño pero a la vez inmenso regalo: una mano de Mocho. Se trata de una pequeña mano de plástico, un obsequio que se entrega a las personas que te encuentras en el Camino y que, de alguna manera, te marcan; es un símbolo de la amistad y el compañerismo entre peregrinos. Los fabrica, de forma altruista, un peregrino alicantino: Jose Sanchís “Mocho”.
La tarde, en buena compañía y contando batallitas sobre el Camino, transcurre agradable. Cuando Marisa se marcha al caer la noche, nos despedimos de ella con un par de besos. Hospitaleras como ella son una bendición para el sufrido peregrino.
Además, Marisa ha tenido el buen tino de ubicar a los brasileños en el otro dormitorio, así que esta noche dormiré solo y no habrá problemas con los ronquidos. Ellos salen a cenar a un restaurante, el único que hay en el pueblo. Yo, una vez más, prefiero quedarme en la soledad y el silencio del albergue, terminando mis austeras provisiones compradas ayer y descansando.
Me acuesto pronto, ya que mañana me espera otra dura jornada. La de hoy ya queda atrás pero deja, como todas, un buen puñado de recuerdos grabado en la memoria.
Siguiente: Etapa 4. Pajares - Pola de Lena
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Íñigo.
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Gracias por el tramo de viaje, casi lo siente uno propio. Llego tarde pero llego 😉 Y preciosas fotos, los pastizales de montaña son una delicia.
Gracias por hacerme revivir ese tramo. Sigo en el camino, cuando llegué a Mérida tomé Vía de ls Plata hacia Sevilla, mañana llego. Pasado bus a Málaga y camino mozárabe hasta Baena.