Camino del Salvador. Etapa 4. Pajares - Pola de Lena
La cuarta etapa del Camino del Salvador es otra jornada inolvidable: variada, divertida, con paisajes formidables y una preciosa ermita prerrománica.
Albergue de Peregrinos de Pajares, Asturias. Es el cuarto día en el Camino del Salvador. Me despierto descansado, aunque bastante temprano, así que disfruto de estar en la cama un rato más, hasta que comienza a clarear. Ha sido una noche plácida, sin ronquidos ni peregrinos alemanes zarandeado las literas.
Desayuno de forma muy frugal. Ayer terminé casi todas mis provisiones en la cena, así que apenas me queda nada para la jornada de hoy, en la que no existe ningún servicio hasta Campomanes, casi al final de la etapa.
Por ello, recurro a la máquina expendedora del albergue. Compro un paquete de galletas pero no cae y se queda colgando al borde de la balda. Tenía que pasar, cómo no. Compro otro paquete para ver si con suerte caen los dos, pero solo lo hace el primero y el nuevo se queda también atascado. No empieza bien la jornada.
Los peregrinos brasileños andan ya por allí y me despido de ellos con un buen apretón de manos. Como muchos de los encuentros en el Camino, este ha sido breve pero agradable y quedará en el recuerdo.
Abandono el albergue, relleno la cantimplora en una bonita cerca de la iglesia del pueblo y emprendo la marcha desde Pajares.
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De Pajares a Llanos de Somerón
Son aproximadamente las 09:00 horas del 6 de octubre de 2024. En el cielo se ven más nubes que claros, pero hace buena temperatura, así que de nuevo es un día estupendo para caminar. No obstante, para la tarde se prevén lluvias.
La etapa comienza con un descenso de algo más de un kilómetro, muy, muy pronunciado. Gran parte del recorrido, casi 24 km, será en bajada: hoy se pasa de los 1000 metros de altitud de Pajares hasta los 200 metros de Pola de Lena. Camino por una pista entre prados rodeados de hermosas montañas. Una yegua pasta junto a su adorable potrillo. Es un paisaje de postal, plenamente asturiano, que te llena de energía para afrontar la caminata.
La bajada termina en San Miguel del Río, un bonito pueblo de calles empinadísimas y se sigue por carretera junto al río Valgrande. Más adelante se toma otra carretera a la izquierda y se cruza el río sobre un puente.
Se sube por la carretera una dura cuesta hasta la pequeña aldea de Santa Marina, que cuenta con apenas una decena de casas. Justo cuando estoy a punto de llegar, me adelanta una furgoneta: es el panadero, que hace sonar el claxon para avisar a los vecinos. Estos, en su mayoría personas mayores, aprovechan para reunirse y charlar, mientras compran el pan. Es curiosa la importancia, en estos pueblos pequeños, de detalles como la esperada llegada del panadero en su furgoneta. En la ciudad todo está a un paso, o a un clic.
Atravieso el pueblo, saludando a la gente y al montón de adorables gatitos que hay por todas partes. Dos de ellos disfrutan de los primeros rayos de sol de la mañana tumbados en un banco. Ellos sí que saben de la vida.
La ruta rodea las casas y continua por un bonito tramo de bosque, con muchas subidas y bajadas. Se cruzan varios regueros y, en algunas zonas hay barro; en otras, una alfombra de hojas cubre la senda, en este inicio de otoño. Por aquí abundan los castaños y se ven muchos “erizos” en el suelo, así que voy recogiendo unas cuantas castañas para comer por el camino.
Un rato después, cruzo una cancela y salgo a una zona más abierta. Un sendero entre cercados conduce, en minutos, a Llanos de Somerón, también conocido como Chanos. Al entrar en el pueblo, lanzan cohetes y unos gaiteros tocan en la plaza de la iglesia. No es que celebren mi llegada; debe de tratarse de alguna festividad.
De Llanos de Somerón a Fresneo
La animación me desorienta un poco y estoy a punto de coger una pista que vuelve hacia el monte, pero el camino correcto sigue por la carretera. Comienza aquí un tramo de unos 5 km que desciende hasta casi llegar a Puente de los Fierros.
A los pocos minutos aparece un sendero a la izquierda: es la variante de Munistiriu, una alternativa más atractiva que permite evitar el asfalto. Sin embargo, parece que no es nada fácil y puede que haya algún paso peligroso. Como queda mucha etapa y no tengo ganas de complicaciones —menos aún cargando con la mochila del Camino—decido continuar por el asfalto. Tal vez, en otra ocasión.
La carretera serpentea y me va acercando al otro lado del valle, por donde discurre la carretera del puerto de Pajares Se ven muchos vehículos, tanto subiendo como bajando. Por esta vía en la que me encuentro apenas pasan coches pero no parece exenta de riesgos: en algunos puntos ha habido pequeños desprendimientos de piedras de la ladera.
Me cruzo con un señor muy mayor que camina en sentido contrario, ascendiendo, con una bolsa de la compra en cada mano. Se detiene a descansar, apoyándose en el quitamiedos, y me devuelve el saludo, casi sin aliento. Me pregunto si hará la caminata todos los días.
La recompensa a su esfuerzo, y al mío, es la belleza de las vistas y la naturaleza que nos rodea.
La carretera termina en la localidad de Puente de los Fierros, pero, un poco antes, se toma un senderito que sale a la izquierda y asciende de forma pronunciada. El cambio de pendiente, tras una hora de descenso, es muy brusco y mis piernas protestan por ello.
El sendero atraviesa un prado inclinado en el que se encuentran algunas varas de hierba. Estas varas son amontonamientos de hierba en forma cónica que sirven para mantener seco el alimento del ganado. Si llueve, solo se moja la parte exterior, mientras que el interior queda protegido. Es un curioso método tradicional, típico de Asturias que, como tantos otros, está en vías de desaparición.
Días después, el dueño de la finca me comentó a través de redes sociales que esa zona es privada y que el Camino está mal señalizado. En realidad, se ha de ir por otro sendero al que él mismo ha dedicado tiempo para despejar. Que yo recuerde, seguí siempre las marcas y no vi el otro sendero. La señalización es confusa, por tanto, en este punto.
Sigo avanzando por la ladera, recorriendo un sendero que, por momentos, se vuelve muy estrecho o se encuentra en parte desmoronado, por que es necesario andar con cuidado para no caer hacia el barranco. En un tramo, incluso han colocado una cuerda para poder sujetarse y superar esa zona con mayor seguridad.
No es un tramo muy largo y, en pocos minutos, llego sin problemas a Fresneo, otra pequeña y tranquila aldea, donde aprovecho para recargar la cantimplora en una fuente de piedra muy antigua. El día está muy despejado, e incluso hace calor, así que me quedo en camiseta. Ni rastro de las lluvias que anunciaban.
De Fresneo a Campomanes
Desde Fresneo comienza una larga y preciosa sección de la etapa que discurre la mayor parte del tiempo por el bosque,. Son unos cinco kilómetros, de continuas subidas y bajadas, que me llevarán más de dos horas recorrer.
Camino bajo la sombra de robles y castaños, principalmente, pero también hay manzanos y nogales. De nuevo, el suelo está cubierto de hojas. Es un placer andar sobre la hojarasca; me encanta el sonido que produce bajo mis pies.
Paso por debajo de un gran árbol derribado por el viento y cruzo un par de arroyos. Uno de ellos desciende en forma de cascada: es un lugar ideal para detenerse a descansar, escuchar sólo el rumor del agua y los sonidos del bosque, y sentirse feliz por estar en el Camino.
Voy recogiendo castañas y, de vez en cuando encuentro también alguna nuez, que me voy comiendo a lo largo de todo este tramo. Aparte de eso, sólo tengo las galletas que compré en el albergue de Pajares. Pero esta época del año es maravillosa: la Naturaleza provee de alimento.
En ocasiones, el bosque se abre y puedo contemplar unas vistas magníficas del valle. Camino disfrutando de los rayos de sol y, poco después, me topo con una bonita mantis que hace lo mismo, parada en medio de la senda.
Otras veces, el sendero está a punto de desaparecer, devorado por la vegetación. En primavera, puede resultar incluso difícil de seguir. Más adelante, paso junto a varios árboles centenarios, muy grandes, y también entre unas casas muy antiguas, abandonadas hace mucho tiempo. Esta senda no deja de ofrecer sorpresas; es una de las más divertidas que he recorrido nunca.
Pero todo llega a su fin, y este tramo termina en la modesta capilla de San Miguel, de estilo tradicional asturiano. Este es otro lugar perfecto para hacer una pausa. Empiezo a notar el cansancio; se hacen sentir los kilómetros recorridos y el trazado quebrado. Además, me gruñe el estómago. Es demasiada caminata para resistir solo a base de un puñado de galletas y las castañas recogidas por el camino.
Ya por pistas más anchas, llego en minutos a Herías, un pueblecito muy cuidado, con bonitos hórreos, un lavadero restaurado y una preciosa casa de estilo indiano. Es otro de los innumerables pueblos asturianos de los que te enamoras enseguida.
Al salir de Herías, se sube primero por una pendiente muy dura, aunque corta, para, minutos después, tomar un sendero que desciende hacia Campomanes.
Se trata de una senda muy empinada que se hace interminable, ya que hay que ir muy despacio y frenando para evitar una caída y no rodar cuesta abajo, Por supuesto, a estas alturas, a mis piernas no les hace ninguna gracia este nuevo tormento.
En algunas zonas del suelo, la piedra lisa queda al descubierto por lo que también hay que tener cuidado de no resbalar. Además, me veo obligado a rodear un árbol enorme caído en medio del camino. Menos mal que no ha llovido; eso hubiera añadido aún más emoción al asunto.
Pero esta última dificultad del recorrido también se supera y la senda desemboca directamente en Campomanes. Esta localidad, con unos 600 habitantes es la más grande por la que he pasado desde que partí de la Robla, hace más de 48 horas. Además, marca el final de la larga sección iniciada en Buiza y que, simplemente, ha sido una maravilla. No tiene nada que envidiar a los mejores tramos del Camino Primitivo; una travesía inolvidable.
Llegar a Campomanes es volver a la civilización. El pueblo está rodeado de varias carreteras y autovías, por lo que entrar es como adentrarse en un mundo nuevo. El cambio es repentino, un impacto: la tranquilidad ha quedado atrás. Sin embargo, también tiene sus ventajas: es hora de disfrutar de un buen almuerzo en alguno de sus bares.
De Campomanes a Pola de Lena
Cuando, un rato después, reanudo la marcha para completar el último tramo de la etapa, el tiempo ha cambiado: está muy nublado. Cruzo sobre el río Pajares y salgo de Campomanes por una pista de asfalto, compartida con numerosos paseantes. En este punto, el río Pajares se une con el Huerna, formando el río Lena.
Al cabo de un rato, la autovía sustituye al río como compañera del peregrino. El tráfico es constante: coches, camiones, autobuses e incluso veo pasar un convoy militar compuesto por una docena de vehículos. Vaya cambio con respecto al remanso de paz en el que me encontraba hace apenas una hora.
La pista de tierra junto a la autovía conduce a la ermita de Santa Cristina de Lena. En esta ocasión, será mi “Obradoiro”, ya que he decidido concluir hoy mi Camino del Salvador… por ahora. El tramo que resta, desde Pola de Lena a Oviedo, lo recorreré más adelante. Encontrarme tan cerca de casa me permite hacerlo en etapas sueltas, sin necesidad de dormir en albergues. Además, podré llevar una mochila más ligera.
Se sube una cuesta y llego a Santa Cristina de Lena. Se trata de una preciosa ermita prrerrománica situada en lo alto de una colina, muy bien conservada, construida a mediados del siglo IX y declarada Patrimonio de la Humanidad. Es una joya a la altura de Santa María del Naranco y San Miguel de Lillo, en Oviedo, aunque quizá no tan conocida.
Ya la había visitado antes: el interior es formidable, abovedado y con una elegante arquería. En esta ocasión, como el día se ha nublado, la oscuridad es aún mayor. Imposible hacer fotos. La mujer que recibe a los visitantes está hablando por teléfono y no deja de hacerlo ni para ponerme el sello en la credencial. No obstante, trato de dejarme envolver por la atmósfera del lugar, en la que tantos peregrinos habrán buscado recogimiento y paz de espíritu, a lo largo de los siglos.
Desciendo de la colina y emprendo el tramo final de unos 4 km hasta Pola de Lena. Pronto aparece ante la vista la llamativa estación de tren de La Cobertoria. Está cerrada desde hace mucho pero destaca porque resulta muy grande para estar en este lugar.
Al poco, una vez más, el Camino depara una última prueba antes de terminar la etapa: comienza a llover cuando apenas me falta media hora para completarla. Rápidamente me pongo el chubasquero y coloco la funda impermeable de la mochila, por primera vez en cuatro días. Al final, es solo un amago y la lluvia cesa a los pocos minutos, pero me sirve para darme cuenta de la suerte que he tenido con la climatología a lo largo de este Camino. Además, la lluvia ha humedecido la tierra y se puede percibir el agradable olor a petricor.
Siempre por pista asfaltada, la ruta cruza sobre el río Lena, pasa después por debajo de la autovía y atraviesa el pueblo de Vega del Ciego. En este tramo es obligatorio andar por la carretera, con el evidente peligro. En realidad, este recorrido es innecesario, ya que se podría haber continuado de frente, sin cruzar la autovía, y entrar en Pola de Lena por una zona más tranquila y bonita junto al río.
Sin embargo, he decidido seguir el Camino oficial, que conduce a la localidad a través de un polígono industrial. Recorro las primeras calles de Pola de Lena a eso de las 18:45 horas. Pero aún me aguarda una última sorpresa: justo en ese momento, gracias a la lluvia de hace un rato, se forma un gran arco iris sobre los montes. Un precioso broche final para este pequeña pero inolvidable aventura.
Cansado pero contento, me dirijo a la estación para tomar un tren hacia Oviedo. Antes, me acerco a la bulliciosa plaza Alfonso X el Sabio, que está a solo unos minutos y que me parece el lugar ideal para dar por finalizada esta parte de mi Camino del Salvador.
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Gracias por leer. ¡Hasta la próxima! 👋
Íñigo.
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Aqui sentado en el coche a punto de salir del trabajo pero mentalmente en Asturias, vaya dientes largos cada vez que te leo!
Que preciosidad de paisajes y pueblos! 👏🏻❤️