Camino Primitivo. Etapa 5. Borres - Berducedo (por Hospitales). 24 km. 1ª parte
La variante de Hospitales en el Camino Primitivo se convierte en toda una aventura debido a una repentina tormenta de nieve.
8 de marzo de 2024. El día en el que casi morimos en la nieve amanece con normalidad. He dormido bien. Andrés es madrugador y se marcha bastante pronto. Jaime y yo remoloneamos un poco más y salimos a eso de las 09:00.
El “barín” de Borres no abre hasta las 11 por lo que no hay posibilidad de tomar nada. Además, al no haber podido comprar ayer comida, mi desayuno ha consistido en un par de barritas de cereales, una manzana y un puñado de cacahuetes.
La mañana resulta ser gris y fresca. Se prevén lluvias por la tarde, pero eso no nos va a amedrentar para seguir la ruta de Hospitales, la variante hasta el puerto del Palo que transita por la sierra de Fonfaraón, a mayor altura. (La otra desciende hacia Pola de Allande siendo más larga pero más sencilla en teoría aunque al final también se debe subir al citado puerto por una cuesta empinada).
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Se considera que el tramo por Hospitales es el original, la ruta histórica que siguieron los primeros peregrinos en la Edad Media. A lo largo de su trazado se ubicaron varios hospitales para ofrecer servicio a los caminantes. Sin embargo, después de la fundación de Pola de Allande, iría decayendo con el tiempo. Es un camino despoblado que alcanza los 1.250 m. de altitud y que permite contemplar magníficas panorámicas, además de la posibilidad de observar caballos en libertad o incluso algún oso. Pero no veremos nada de todo eso.
Hacia la variante de Hospitales
Tras unos minutos por la carretera, el Camino toma una senda que nos aleja del pueblo, en ligera pendiente ascendente, como es costumbre. Apenas un kilómetro después se alcanza la bifurcación donde se separan las dos variantes y toca decantarse por una de ellas si no lo has hecho ya (a la derecha hacia Hospitales, a la izquierda hacia Pola de Allande).
Para nuestra sorpresa algún peregrino ha dejado abandonada una bota encima del mojón que indica ambas direcciones. Jaime y yo decidimos hacernos unas fotos en este lugar puesto que se trata de uno de los hitos más importante del viaje.
Retomamos la marcha, con Jaime casi siempre caminando uno o dos minutos por delante de mí ya que yo me detengo más a menudo a hacer fotos. Este primer tramo es una senda que ondula entre pastos fundamentalmente y está bastante embarrado en algunas zonas pero pronto deja paso a una pista más cómoda. Los montes por los que discurre la ruta ya aparecen como telón de fondo.
El sendero se convierte en pista asfaltada y se llega a la parte alta de un pueblo llamado La Mortera, donde hay una capilla de tamaño considerable dedicada a San Pascual Baylón, y después comienza a subir de forma bastante pronunciada.
Tras este primer esfuerzo se llanea con mayor comodidad en el siguiente tramo pero el paisaje es desolador. Transitamos junto a una amplia extensión de bosque quemado por uno de los muchos incendios que se produjeron en Asturias en la primavera del año pasado. Los troncos ennegrecidos de los árboles, sobre todo pinos, nos acompañarán durante un rato. La oscuridad del día hace que todo sea aún más lúgubre y el lugar me produce una gran tristeza. A pesar de todo, no está lejos la primavera y algunos helechos brotan ya del suelo como señal de que la vida continúa.
Tomo algunas fotos y vídeos de la zona. Mientras tanto Jaime se afana en hacerse con un buen palo que le sirva de bastón y encuentra uno bastante bueno del que no se desprenderá durante los próximos días.
En medio de la tormenta de nieve
Seguimos en continuo ascenso aunque moderado. Poco después de atravesar una cancela para el ganado que cierro a mi paso comienza a llover. En cuestión de apenas unos minutos, la lluvia se transforma en aguanieve y ésta en nieve. La niebla también se está echando encima. Jaime, que caminaba unos metros por delante de mí se detiene para esperarme. A partir de ahora seguiremos juntos.
La nevada gana intensidad de forma muy rápida. Para cuando alcanzamos el collado de la Portiella, apenas 20 minutos después, ya está todo cubierto y la niebla nos envuelve completamente. Toda mi ropa empieza a estar muy mojada y empiezo a pensar que quizás deberíamos regresar. Sin embargo continuamos adelante, bajando hacia las ruinas del hospital de Paradiella y adentrándonos en la boca del lobo.
La verdad es que me resulta muy difícil relatar de forma lineal lo ocurrido después. En ese momento dejo de tomar fotos y vídeos porque las condiciones ya son muy complicadas, así que no hay imágenes del recorrido, y la escasa visibilidad hace imposible tomar referencias de donde nos encontramos o de lo que tenemos por delante. Es como caminar atravesando un túnel pero de niebla y nieve. Hasta las ruinas del siguiente hospital, el de Fonfaraón, tardamos algo más de una hora y sin embargo tengo muy pocos recuerdos y son como fragmentados, en imágenes sueltas.
Recuerdo que pasamos sin apenas detenernos junto a las ruinas del hospital de Paradiella y empezamos a subir por una cuesta muy empinada. El viento gélido sopla de manera brutal y lanza la nieve contra la cara con tal fuerza que hasta duele. Tengo que sujetarme el gorro del chubasquero con la mano ya que no consigo atarlo porque las cuerdecitas son muy pequeñas. No está pensado para esas circunstancias. Tampoco el gorro de lana, los guantes y los pantalones de senderismo finos que ya están completamente empapados. El interior de las zapatillas, por supuesto, también. Empiezo a sentir mucho frío. Jaime viste unos pantalones más resistentes pero no ha traído guantes.
Al menos la ruta es bastante visible en todo el momento: se observan con frecuencia las flechas amarillas indicando la dirección tanto en los mojones como en algunas piedras del suelo, las cuales, a veces parece que de forma milagrosa, no están cubiertas por la nieve.
Siguiente fragmento. Alcanzamos un pequeño llano con un grupo de pinos que nos resguardan un poco y aprovechamos para descansar. Jaime utiliza una toalla para proteger del frío la mano con la que sujeta el palo que le sirve de bastón. Mi teléfono móvil empieza a emitir una señal que repetirá cada pocos minutos durante tal vez varias horas avisando de que ha detectado agua en el puerto USB. Lo llevo en el chubasquero para tenerlo a mano y poder consultar nuestra ubicación con facilidad.
El siguiente tramo es otro del que apenas guardo muchos instantes en la memoria salvo algunos momentos y no tengo claro en qué orden suceden. Sólo recuerdo nieve, viento, niebla y frío. Es como estar en una especie de limbo. Andar cuesta un mundo.
Subimos a una zona llamada Alto del Hospital. Me acuerdo de los postes de madera cada pocos metros indicando el camino. De que me quito los guantes porque están muy mojados, pero llevar las manos al aire es aún peor así que vuelvo a ponérmelos. La funda impermeable de la mochila no se sujeta bien y me viene dando problemas desde hace una rato por culpa del viento atroz. Al final se suelta y la pierdo sin percatarme. Afortunadamente Jaime la recoge y me la devuelve instantes después. Él se ha quedado unos metros atrás. Me comenta que se ha detenido durante unos momentos, como desconcertado, pensando “aquí me quedo”.
Refugiados en Fonfaráon
La tormenta no parece querer amainar. Llegamos a las ruinas del hospital de Fonfaraón y, sin dudarlo un instante, nos resguardamos dentro. Es una especie de caseta de piedra de unos 10 metros cuadrados, utilizada como braña para guardar el ganado. No es el refugio ideal: tiene dos aberturas, por lo que se forma corriente entre ellas y nos tenemos que asentar en el rincón más a resguardo. Es difícil caminar en su interior ya que el suelo es una mezcla blanda y un poco repugnante de barro, nieve y caca de animal. Pero al menos es un techo. Son aproximadamente las 12:30 horas.
Intentamos entrar en calor. Jaime hace movimientos de brazos. Yo me siento en el gélido banco de piedra y decido cambiarme de calcetines y de pantalones. Puede que no sirva de mucho ya que se mojarán enseguida de nuevo, pero este otro pantalón es más grueso y soportará algo mejor la nieve. También me pongo encima la segunda camiseta térmica y, de este modo, llevo encima casi toda la ropa que he traído. Guardo el gorro de lana, completamente empapado, y me coloco en la cabeza una braga de tela, que a pesar de ser fina, cumplirá bien su función.
Sigo sintiendo mucho frío y hago uso, por primera vez en mi vida, de la manta térmica de emergencia. La llevo siempre que practico senderismo y, por suerte, nunca ha sido necesaria hasta ahora. Me envuelvo en ella y al poco compruebo, leyendo las instrucciones que la estoy utilizando del revés. Para retener el calor el lado dorado va hacia afuera y el plateado hacia dentro. Aunque no sé si realmente habrá mucha diferencia, le doy la vuelta.
Valoro la situación. Nunca he estado en una tan delicada en la montaña. La tormenta puede durar todavía horas y existe la posibilidad de que nos perdamos o de sufrir una hipotermia. Las cosas pueden complicarse de mil maneras y ya empiezo a imaginar los titulares: “Recuperados los cuerpos de dos peregrinos idiotas en Fonfaráon”. En la parte positiva: hay cobertura de móvil y conocemos nuestra ubicación por si se diera el caso de tener que llamar para pedir ayuda. Por otro lado, la manta térmica parece estar haciendo algo de efecto y no siento tanto frío.
Trato de comer algo para recuperar energías pero apenas tengo apetito. Jaime no se sienta, prefiere estar de pie. Graba algunos vídeos de la tormenta de nieve con el móvil para enviárselos a la familia. “No se lo van a creer”, dice.
Yo tampoco termino de creerlo. “Esperemos que podamos contarlo”, pienso.
(Continuará…)
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