Finalizada la crónica del Camino Primitivo que recorrí el pasado mes de marzo, cierro la serie de artículos sobre el mismo con algunas reflexiones y aprendizajes que he me ha dejado esta pequeña aventura.
Esta es también la primera newsletter con un nuevo formato que iré perfilando poco a poco. Espero que te guste. 🙂
He de reconocer que, hasta hace poco, el Camino de Santiago no me interesaba especialmente. Todo eso de los albergues de peregrinos, las constantes señales indicando la dirección, lo de sellar la credencial… me parecía algo demasiado “organizado” que no encajaba con mi entonces algo arrogante “espíritu aventurero”.
Pero mi percepción cambió cuando, hace algo más de un año, me trasladé a vivir a Oviedo y descubrí que el Camino Primitivo atravesaba justo por mi calle, a las afueras de la ciudad, pasando a pocos metros de mi propio portal. Muchos días me topaba con peregrinos, cargados con sus grandes mochilas, iniciando la ruta. A algunos se les veía un poco desorientados, tratando de encontrar la dirección correcta para salir de la capital asturiana, pero en la mayoría se percibía el buen ánimo y la ilusión con la que comenzaban la aventura.
Así que me dije: “¿Por qué no?”. Entre las cosas que más me gustan en la vida están caminar y viajar, y el Camino es una forma de hacer las dos al mismo tiempo. El Primitivo no está tan masificado como otros Caminos y además discurre por bonitos paisajes naturales y rurales. Posiblemente sea una de las rutas jacobeas más bellas. Eran suficientes atractivos para decidirme y emprender la marcha.
Mi motivación no era religiosa y tampoco pretendía “encontrarme a mí mismo” o algo similar. Como he dicho, me encanta caminar. Desplazarme a pie forma parte de mi filosofía de vida: me permite ver el mundo con más detenimiento, deambular y tomarme las cosas con más calma, sin tantas prisas ni ataduras. Mi intención era simplemente disfrutar de la experiencia.
🟡 Creo que, en parte, también recorrí el Camino por la misma razón que esgrimía el legendario escalador George Mallory cuando le preguntaban por qué ascender al Everest: “Porque está ahí”.
Caminando el Camino
A pesar de que practico senderismo y hago largas caminatas con frecuencia, en el apartado físico fue muy duro. El Primitivo es de por sí uno de los Caminos que más esfuerzo requiere al peregrino por su trazado quebrado, sobre todo en la parte asturiana. Además, las condiciones meteorológicas (que incluyeron tormentas de nieve, frío, lluvias inclementes y kilómetros de barro) hicieron especialmente complicada la primera semana, alargando la duración de las jornadas y la distancia recorrida. Los últimos kilómetros de cada etapa parecían a menudo eternos debido al dolor de pies y a la fatiga acumulada.
No obstante, creo que nunca me dejé llevar por el desánimo. Y aunque hubo algún momento de bajón (como cuando llegué a A Fonsagrada calado hasta los huesos, tras diez horas de etapa) siempre tuve claro que solo tiraría la toalla en caso de lesión o enfermedad. Después de todo, no se me ocurría nada que me apeteciera más estar haciendo en esos momentos que caminar hasta Santiago.
Esa determinación y confianza en mí mismo son seguramente las mejores sensaciones que me iba dejando el Camino. No me vinieron a la mente grandes “revelaciones” durante la marcha y tampoco las buscaba. Por supuesto, hay muchos momentos de introspección, pues las largas horas de soledad andando por pistas y senderos obligan a ello. Sin embargo, quizás al ser una persona reflexiva por naturaleza y al estar acostumbrado a caminar en solitario, esa circunstancia no supuso una novedad para mi. A pesar de esto, y aunque tampoco considero que el Camino me haya cambiado la existencia por completo, esta ha sido una de las experiencias que más he disfrutado en mi vida.
El Camino también me permitía estar más centrado y presente. El barullo de mi mente se reducía notablemente. En realidad, la vida en el Camino es sencilla: te levantas, caminas, te acuestas. Y al día siguiente, lo mismo. Te concentras en lo que te vas encontrando a cada paso, después de cada curva o al final de una pendiente, y en las incidencias que van surgiendo sobre la marcha. Los problemas y preocupaciones de la vida ordinaria se antojan lejanos o ni siquiera parecen problemas.
🟡 Cada etapa en el Camino es una vida entera. En un solo día suceden tantas experiencias, encuentros y descubrimientos que al echarme en la cama agotado al final de cada jornada, los acontecimientos de la anterior parecían haber ocurrido hace mucho más tiempo.
Todas esas sensaciones se diluyen en gran medida cuando se regresa a la vida “normal”. Supongo que es inevitable. Aun así, creo que no se vuelve del Camino siendo del todo igual a como se era cuando se partió. Los aprendizajes y el recuerdo de las vivencias permanecen ahí para poder echar mano de ellos cuando uno siente que los necesita.
La soledad en el Camino
Pese a que tendía a buscar la soledad, algunos de los mejores momentos de la travesía fueron los compartidos con otros peregrinos, como Jaime y Darío, especialmente al final de cada etapa. Era agradable disfrutar de una buena cena charlando, comentar en el albergue las experiencias vividas durante el día o ayudarnos en lo que hiciera falta. Es muy curioso como, en un breve espacio de tiempo, se establece una estrecha conexión con personas que acabas de conocer y cuyas vidas son muy diferentes a la tuya.
🟡 Además, no sé qué habría ocurrido si Jaime y yo no hubiéramos caminado juntos en la terrible etapa de la ruta por Hospitales, cuando nos sorprendió una tormenta de nieve. En caso de haber marchado ese día cada uno por nuestra cuenta, las consecuencias podrían haber sido imprevisibles.
Eché en falta esa compañía durante la segunda semana, tras tomarme un día de descanso en A Fonsagrada y de que nuestros caminos se separaran. No me crucé con ningún otro peregrino durante las cuatro etapas siguientes y entonces sí que hubo algunos momentos en los que la soledad se me hizo excesiva: durmiendo en el inquietante albergue de O Cádavo o deambulando por las calles de una gran ciudad como es Lugo.
Aunque sigo prefiriendo caminar en solitario, otro aprendizaje que me ha dejado el Camino de Santiago es el deber de abrirme más a la experiencia de conocer a otras personas y compartir periplo con ellas. Sin la compañía de los peregrinos que conocí durante la ruta, este viaje no habría sido el mismo.
🟡 Los encuentros breves con otros peregrinos en medio de la ruta y con los habitantes de las poblaciones por las que pasaba también fueron, en general, muy agradables. La mayoría de la gente se mostraba muy amable.
Al final del Camino
Tras finalizar el Camino de Santiago siento dos emociones que destacan sobre otras. Una, la de satisfacción por haber acometido un desafío que quedará grabado para siempre en mi memoria. Y otra, el sentimiento de pertenencia a una especie de comunidad, la de peregrinos, compuesta por personas muy diversas pero unidas por una llamada difícil de explicar que les impulsa a ponerse en marcha.
El Camino engancha. Mucho. Dicen que quien hace uno, no hace sólo uno. Tal vez sea cierto. Yo, por lo menos, ya estoy pensando en mis próximos Caminos.
🌿 Naturaleza
Comenzando la octava etapa, mientras amanecía, el Camino me ofreció uno de los momentos más memorables de todo el viaje. Al poco de salir de A Fonsagrada (Lugo) tuve la suerte de contemplar un arco iris blanco.
👉 Un arcoíris blanco se forma cuando hay una cantidad considerable de niebla. Las gotas de agua en suspensión deben tener una composición más pequeña de lo normal, lo cual impide que el rayo de luz divida los colores. Al condensarse todas las tonalidades del arcoíris convencional en un mismo halo, la mezcla de colores produce el blanco. Para verlo, debemos tener el sol a nuestra espalda y la niebla al frente.
Sucedía a un lado de la carretera, sobre un prado, a medio centenar de metros de distancia. Es algo bastante difícil de observar así que me apresuré a tomar una foto.
La sombra alargada que se ve en la imagen, en la parte de abajo en el centro, es la mía. Además, aunque por desgracia no se aprecia bien, sobre ella se formaba otra especie de halo colorido. Tampoco lo había visto nunca pero diría que se trataba de un sorprendente fenómeno natural conocido como espectro de Brocken.
Sin duda una experiencia inolvidable. Nunca se sabe cómo y cuándo te va a sorprender el Camino.
📗 Un libro en la mochila
En mi primera jornada en el Camino, al final del día, uno de los amables hospitaleros del albergue de Grado me recomendó un libro del que yo no había oído hablar pero que es un referente para muchos de los que han hecho alguna de las rutas jacobeas:
“El gran caminante” de Antxon González Gabarain “Bolitx”
Antxon González Gabarain era ya un peregrino experimentado cuando en 2008 decidió recorrer de nuevo el Camino. Anteriormente había realizado entre otros el Francés. Pero esta vez fue distinto: comenzó desde su propia casa en Zumaia (Gipuzkoa), tal y como se hacía antiguamente.
El autor empezó a escribir el libro en 2010 tras ser diagnosticado de ELA. Lo terminó con gran dificultad, pues fue perdiendo el habla y la movilidad, y necesitó para ello un sistema informático que capturaba los movimientos de sus ojos. Antxon falleció en 2012.
En “El gran caminante” narra su andadura hacia Santiago de Compostela a modo de diario de viaje, describiendo el recorrido y sus experiencias con gran detallismo, y tirando a menudo de un gran sentido del humor.
Se trata de un relato sincero que anima al lector a recoger unos cuantos bártulos y salir a vivir la aventura soñada, sin importar que esta pueda parecer extraña al resto del mundo. Quien haya realizado alguna vez la peregrinación a Compostela se identificará con las vivencias del autor, sus reflexiones, sus dudas y su dolor de pies. Quien nunca haya recorrido el Camino probablemente sienta unas ganas irrefrenables de ponerse en marcha.
“… para caminar se necesita bien poco y siempre menos de lo que uno cree.”
👉 Enlace con más información sobre el libro El Gran Caminante. También puedes comprarlo aquí.
💭 Una cita
“No tiene sentido intentar saber a dónde conduce el camino. Piensa sólo en el primer paso; los demás vendrán.”
SHAMS TABRIZI
Gracias por leer. ¡Hasta la próxima! 👋
Íñigo.
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