Camino Primitivo. Etapa 7. Grandas de Salime - A Fonsagrada. 25 km.
El Camino Primitivo entra en esta etapa en la comunidad de Galicia, una jornada en la que de nuevo las inclemencias del tiempo ponen en dificultades al peregrino.
Esta es la crónica de la séptima etapa recorriendo el Camino Primitivo a Santiago de Compostela. También puedes consultar los posts del resto de etapas. Si te gusta el blog y quieres apoyarlo puedes hacerlo invitándome a un café. ¡Gracias por leer!
Amanece el día en Grandas de Salime con un cielo cubierto y plomizo. Hoy nos espera frío y lluvia, y también una nueva comunidad, puesto que entramos en Galicia. Santiago de Compostela está ya más cerca. Es el séptimo día de viaje en el Camino Primitivo y el primero parece ya tremendamente lejano.
El peregrino alemán y el irlandés son madrugadores y parten antes que nosotros. Cuando salimos Jaime y yo del albergue está lloviendo. Antes de buscar un sitio donde desayunar nos detenemos unos instantes para ver la curiosa iglesia del Salvador y recorremos su gran pórtico, que la rodea por completo.
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De Grandas de Salime a Peñafuente
Es 10 de marzo de 2024. Desayunamos abundante y barato en el céntrico Café de Jaime. Nos aprovisionamos de comida para la jornada, unos pequeños bocadillos que aquí en Asturias es a lo que llaman “pinchos”, y nos ponemos en marcha pasados algunos minutos de las 10 de la mañana.
Gran parte de la etapa se realizará cerca de la carretera que en este primer tramo todavía por Asturias es la AS-28. Al poco de empezar Jaime se detiene recolocando algunas cosas en su mochila así que en esta ocasión soy yo el que voy adelante durante un buen rato. Los primeros kilómetros son cómodos alternando pistas, sendero y algunos minutos por la antedicha carretera, hasta llegar a localidad de Cereijeira.
El hospitalero del albergue de Grandas nos advirtió ayer de que seguramente habría mucha agua y barro a partir de este punto y que igual era buena idea seguir por carretera. Sin embargo, estoy cansado del asfalto tras el duro final de ayer y escojo el camino oficial que se interna entre los pastos. Jaime seguirá por la carretera y por tanto volverá a adelantarme.
El hospitalero estaba en lo cierto y efectivamente hay muchísima agua en este tramo. Charcos y zonas empantanadas que es imposible esquivar y en el que no queda más remedio que meter el pie hasta el fondo. No obstante, también tiene algo de divertido, me lo paso bien grabando algún vídeo y el paisaje es más bonito que por la carretera. El problema es que nada más empezar el día tengo ya los pies empapados y estarán así hasta el final de etapa.
A ratos llueve también con bastante intensidad y me detengo en la pequeña ermita de la Esperanza para resguardarme unos minutos. Después de eso me encuentro más barro y grandes balsas, con tramos que superan incluso en dificultad a los de la etapa con final en Tineo.
Todo esto ralentiza mucho mi marcha. Para cuando llego a Castro, ya sobre asfalto, ha transcurrido hora y media larga de etapa y apenas he recorrido 5 km. Ahora diluvia y descanso otro rato refugiado en la ermita de San Julián.
En este pueblo se puede ver algunos prados delimitados por lajas de piedra pizarra muy características de la zona. Es una ingeniosa forma tradicional de aprovechar los recursos disponibles en la entorno que se puede ver en muchos sitios a partir de aquí.
Desde Castro se empieza a ascender casi sin interrupción hasta el puerto del Acebo, desde los 650 metros hasta los 1100 m, durante 8 kilómetros. Una subida larga aunque relativamente fácil si las condiciones acompañan, que no lo harán.
El camino se interna pronto en una zona más boscosa. La senda, como digo en subida, tiene agua, barro, piedras y muchísimas hojas caídas del pasado otoño que acaban formando una especie de pasta, todo lo cuál dificulta mucho el caminar. Pero me alegro de estar otra vez en la naturaleza y el bosque me recuerda a algunos de mi tierra, el País Vasco.
Alcanzo la ermita de San Lázaro de Padraira, situada junto a un riachuelo en medio del bosque. Me detengo a comer algo y descansar ya que se empieza a notar el efecto de la subida en las piernas.
En esto aparece por allí un nuevo peregrino, un malagueño de unos cuarenta años con marcado acento andaluz. Charlamos un rato, él comenzó el martes así que ha tardado un día menos en llegar hasta aquí. Le hago una foto frente a la ermita y él continúa su camino. Más adelante se encontrará con Jaime y subirían juntos al puerto del Acebo. Yo me quedo disfrutando del lugar unos minutos más.
Continúo y la senda desemboca de nuevo en la carretera. Toca caminar junto a ella durante algo más de un kilómetro, a veces por un pequeño sendero a un lado pero otras por el propio asfalto, lo que no resulta agradable ya que es relativamente transitada. La parte buena es que desde la misma hay unas vistas bonitas vistas, con prados en primer término y montes envueltos en la bruma a lo lejos.
Llego a la localidad de Peñafuente. Vuelve a llover con fuerza tras un rato en el que había parado e incluso se había atisbado un poco de sol. Hago otra pausa para descansar después de rellenar de agua la cantimplora en una antigua fuente-lavadero. A decir verdad me encuentro bastante cansado hoy. No sé si es por la meteorología o que, seguramente, el paso de los días y las dificultades están haciendo mella. Me refugio del diluvio durante unos minutos bajo el pórtico de la iglesia, otro templo muy interesante, del siglo XVII y con el tejado de pizarra.
De Peñafuente al puerto del Acebo
Continúo el ascenso, internándome de nuevo por una pista forestal. Hay bastante agua en el suelo y tengo que cruzar varios vados que parecen auténticos ríos. Puedo ver ya más cerca los montes de la parte del Alto del Acebo y la serie de aerogeneradores que hay desperdigados por la cresta. Se observa bastante niebla y nieve. Precisamente Jaime me envía un vídeo de esa zona, por donde se encuentra ahora, en el que se ve todo nevado.
La senda discurre entre un pinar de troncos ennegrecidos por algún incendio, otro más, cruza de nuevo la carretera y después hay que atravesar una puerta para el ganado, donde un pequeño cartel proclama “Ultreia”. Es otro clásico saludo entre peregrinos que se podría traducir como “vamos allá” o “sigue adelante”.
Comienza aquí un tramo de subida algo más empinado por un sendero pedregoso. Pronto alcanzo la zona donde el suelo está cubierto de nieve y caminar se hace más costoso. Por suerte, las huellas de los peregrinos que han pasado antes que yo me marcan la ruta y evitan alguna posible confusión. Los molinos generadores están ahora muy cerca. Impresionan bastante, gigantes y envueltos en la niebla, y además producen unos ruidos extraños que son lo único que se escucha en el lugar.
Más adelante atravieso otra portela para el ganado, que da paso a una pista algo más ancha, llegando ya a la parte más alta del monte, prácticamente bajo los molinos. En ese momento se levanta mucho viento y empieza a llover con fuerza, incluso a granizar durante unos instantes.
Me refugio un par de minutos bajo un árbol para comprobar mi situación en el mapa y conocer si queda mucha subida. El árbol no protege demasiado y vuelvo a estar empapado de cintura para abajo. Me vienen recuerdos de la etapa de Hospitales y temo por un momento que el día se complique del mismo modo pero, por suerte, la ventisca solo dura unos minutos. El camino es además bien visible y pronto comienza a llanear. Continúo, siguiendo siempre las huellas de otros peregrinos.
No mucho después se cruza ya la frontera con Galicia. No hay ninguna señal que lo advierta o por lo menos yo no la veo, así que lo deduzco por el cambio de paisaje. Se sale de Asturias por lo que es prácticamente un sendero y al entrar en Galicia te encuentras una amplia pista forestal que parece una autopista. Es algo que también nos había comentado el hospitalero de Grandas.
Doy los primeros pasos por Galicia. Es la primera vez que visito esta comunidad y entrar por el monte y entre la nieve es, sin duda, una bonita forma de hacerlo. Ya no llueve pero tengo los pies y los pantalones muy mojados. Afortunadamente, el descenso es bastante cómodo y solo hay que tener un poco de cuidado para no resbalar. Intento no demorarme ya que el horizonte está completamente cubierto de nubes que auguran precipitaciones. Quiero bajar del alto cuanto antes.
La nieve va desapareciendo poco a poco de la pista conforme desciendo, hasta que llego a un punto en el que queda completamente descubierta. Justo después, en una curva, me encuentro con el primer mojón gallego indicador del Camino. A diferencia de los mojones asturianos, los gallegos son más nuevos y uniformes a lo largo de todo el trayecto. Además señalan la distancia que falta por recorrer hasta Santiago. En este caso son 166 km, lo que significa que ya he completado casi la mitad del Camino Primitivo.
Del puerto del Acebo a A Fonsagrada
Me detengo a descansar un poco más adelante, en un banco a las puertas del restaurante O Acevo, junto a la carretera otra vez, que ahora es la LU-701. El restaurante está cerrado. Me quito los calcetines empapados para ver si se secan un poco. Siento los pies muy cansados y tienen un aspecto terrible: arrugados y de un color blancuzco. Un poco consternado compruebo que queda aún casi la mitad de la etapa y son ya las cuatro de la tarde. De nuevo no me explico como ha pasado tan rápido el tiempo. Menos mal que lo peor del día ya ha quedado atrás y el resto de recorrido se hace en ligero descenso. Aprovecho para comer un poco y además durante unos instantes sale el sol, lo cuál me anima un poco.
Tras la pausa continúo por una pista amplia y cómoda casi siempre cerca de la carretera. A los lados aún queda algo de la nieve caída estos días. Esta zona está aún a bastante altitud, aproximadamente a 1000 metros. El camino está muy bien acondicionado, en algunos tramos con vallas de madera en el lateral, pensando en el peregrino. Esto es algo que contrasta con la parte asturiana, donde la ruta es casi siempre más “salvaje”.
Al cabo de una hora de sube y baja se llega a Fonfría, una aldea que cuenta con apenas un puñado de construcciones. Es otro de esos pueblos que parecen detenidos en el tiempo: casas de piedra ennegrecida, una pequeña capilla, un viejo tractor John Deere... Por aquí solo anda un pastor que va llamando a su rebaño de ovejas y las traslada de un prado a otro. El cielo está muy oscuro y pronto empieza a llover de nuevo.
El camino discurre junto a pastos con vacas y luego vuelve junto a carretera. Siempre se va por una pista cómoda aunque ya noto mucho el cansancio y el tener los pies mojados desde hace horas. Hacia las 18:00 Jaime me manda un mensaje al móvil: ya ha llegado y me pregunta por dónde voy. Le digo que creo que me faltan 4 o 5 km (he visto un cartel en la carretera que ponía 6 km hasta A Fonsagrada hace un rato) pero luego descubriré que, en realidad, son más.
La ruta cruza la carretera y llega a una nueva capilla, la de Santa Bárbara, donde hago otra pausa para descansar. Me siento en el suelo. Me duelen los pies y también el hombro derecho debido al peso de la mochila, la cuál apenas me había molestado en ningún momento, pero supongo que empiezan a ser ya muchos kilómetros con ella a la espalda. Justo al lado de la capilla hay una pequeña área de descanso con mesas. Todo parece estar destartalado y carcomido por el tiempo y la humedad. El sitio, al menos en ese momento, resulta un poco desolador.
Más caminata junto a la carretera. Ha parado de llover pero empieza a oscurecer bastante y todo este tramo final se me hace muy largo. A la vuelta de una curva puedo ver ya A Fonsagrada que parece estar cerca pero aún quedará un buen rato para llegar, casi una hora. A eso de las 19:00 me vuelve a contactar Jaime y le comento que aún tardaré un poco. Me informa, para mi sorpresa, de que Darío ha abandonado.
Al cabo de un rato, la ruta se aleja un poco de carretera y baja por una senda embarrada hasta Paradanova donde también hay una capilla y por donde paso sin detenerme. Ya estoy muy cerca de A Fonsagrada pero el Camino aún deparará más sorpresas.
Inesperadamente el último tramo de unos 500 metros antes de entrar en el pueblo consiste en subir una cuesta con muchísima pendiente. Al parecer se habilitó no hace muchos años para evitar entrar por la carretera, lo cuál es una buena idea aunque, en este momento, no me hace ni la más mínima gracia. Subo por la pendiente realmente despacio, agotando mis últimas energías. Llego arriba jadeando.
Alcanzadas las primeras casas del pueblo, me dirijo al albergue. No está demasiado lejos pero todavía quedará una última inconveniencia. Cuando me faltan apenas tres o cuatro minutos para llegar comienza a llover una vez más y con fuerza, de forma repentina. Sin posibilidad de refugiarme y ahora que se había secado algo la ropa. Un poco malhumorado, y ya casi de noche, entro en el albergue de peregrinos a las 19:45 h, tras casi diez horas de etapa.
En el albergue de A Fonsagrada
Jaime me da la bienvenida y llamo a la hospitalera que justo se acababa de marchar un poco antes. Mientras viene me voy instalando. En Galicia todos los albergues de la Xunta cuestan 10 euros e incluyen funda de almohada y colchón desechables. Realizo el registro y me sellan la credencial. Por fortuna, no se ha mojado ya que por la mañana la he envuelto en un plástico que he encontrado.
El albergue de A Fonsagrada está reformado y tiene un aspecto muy moderno por dentro aunque no lo exploro demasiado porque estoy muy cansado. Andan también por allí los peregrinos que conocimos ayer: el irlandés y el joven alemán. Se está bastante bien. Hace calorcito y hay radiadores que permitirán secar la ropa y las zapatillas.
Comentamos lo de Darío. Jaime ha hablado con él por whatsapp. Al parecer, al poco de salir de Grandas de Salime ha decidido abandonar porque le dolían mucho los pies. Ha tomado un taxi hasta Santiago y luego un avión a Madrid donde había quedado con unos amigos cuando finalizase el Camino. Es una pena no haberme podido despedir de él. Se le va a echar de menos. Es curioso lo rápido que estableces lazos con la gente en el Camino.
Me me meto casi enseguida en el saco de dormir. No me apetece nada salir a cenar, tampoco tengo ganas ni de ducharme siquiera.
Ronda por el albergue un gatito precioso que posiblemente sea de la hospitalera. Cuando estoy ya metido dentro del saco de dormir, se sube a mi cama y se acurruca a mi lado. Ronronea y parece que se quiere quedar a dormir conmigo. Me encantan los gatos pero empieza a acomodarse moviendo las patas y me da miedo que rasgue el saco sin querer, así que lo bajo de la cama. Al final decidimos sacarlo afuera del dormitorio, donde tiene su camita en un rincón en el rellano.
Estoy completamente agotado y con las piernas doloridas, ha sido una jornada muy dura. Ya con las luces apagadas, antes de que me venza el sueño, decido que el de mañana será un día de descanso.
Siguiente: Etapa 8. A Fonsagrada - O Cádavo.
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