Camino Primitivo. Etapa 6. Berducedo - Grandas de Salime. 21 km.
La sexta etapa ofrece al peregrino, una vez más, numerosas muestras de los formidables paisajes asturianos.
9 de marzo de 2024. Me levanto descansado, tras una buena noche de sueño, aunque sin duda hoy tocará pagar los esfuerzos y penalidades del día de ayer.
Tras el frugal desayuno me ocupo en el cuidado de los pies. Me coloco un pañuelo de papel en el talón pie izquierdo, sujetado con esparadrapo, para proteger esa zona ya que me roza la zapatilla y en los últimos días ha sido muy molesto. También me extiendo vaselina por las plantas. Esta será la rutina de todas las mañanas durante el resto de días. Los pies lo son todo en el Camino.
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La ropa no se ha secado apenas durante la noche al no haber radiadores encendidos donde colocarla. Me preocupan especialmente los calcetines y me temo que habrá que tener los pies húmedos desde el comienzo.
De Berducedo a Buspol
Durante el desayuno se ha puesto a nevar, aunque solo han sido unos minutos y no hay previsión de precipitaciones, por lo que la esperanza es que hoy sea un día más tranquilo que el de ayer.
Jaime y yo salimos del albergue. Andrés lo ha hecho antes y Darío partirá más tarde. Realizamos algunas compras en un ultramarinos cercano. Por suerte se puede pagar con tarjeta así que, si todo va bien, sacaré dinero en el cajero de Grandas de Salime y solucionaré el problema de la falta de dinero en efectivo que arrastro desde Borres.
Comenzamos la marcha hacia las 10:30 h, bastante más tarde que otros días. Berducedo es un pueblo de unos 150 habitantes y no mucho más grande que Borres. Ayer, por razones obvias, no pudimos ver nada y hoy tampoco nos vamos a detener, aunque el camino nos permite pasar junto a la iglesia.
Los tejados y los prados están cubiertos de nieve, todo muy bonito. Empiezo a hacer algunas fotos y vídeos, y pronto me quedo atrás mientras Jaime sigue hacia adelante.
El comienzo de la etapa es en ascenso moderado pero enseguida la pista se interna en una zona boscosa y comienza a bajar. El paisaje es absolutamente espectacular: las ramas de los árboles cubiertas de nieve y la luz del amanecer que se filtra a través de ellas, me permiten tomar algunas imágenes preciosas. Me siento con ánimos muy renovados tras la dura etapa de ayer.
La pista desemboca en la carretera por la que hay que caminar durante un rato hasta llegar a la aldea A Mesa, a los pies de unos montes donde hay una serie de aerogeneradores con sus palas en movimiento. El nombre del lugar está ya en gallego, indicador de que ya me estoy acercando bastante a Galicia.
Aquí se ubica un albergue de peregrinos, todavía cerrado antes del inicio de la temporada. También una antigua parroquia de planta alargada con un gran prado delante en el que hay unos columpios. Seguramente el prado se utiliza como zona de ocio por los lugareños, aunque ahora no se ve ni un alma.
Comienza ahora una subida sobre asfalto hacia la zona de los aerogeneradores. Unos minutos después se levanta un viento muy fuerte que empuja la nieve hacia mí con furia. La nieve cubre ademas parte de la carretera, hace bastante frío y por un momento parece que el día quiere volver a complicarse. Pero por suerte las ráfagas de viento no duran demasiado y pronto el propio monte me va protegiendo de las inclemencias.
En estos amplios prados junto a los molinos hay varios caballos pastando, rebuscando la hierba entre la nieve. Mientras les hago fotos uno de ellos se acerca curioso, quizás pensando que tengo comida, y se deja acariciar.
Más o menos en este punto el Camino comienza una larga bajada: en un recorrido de unos 8 kilómetros se desciende desde los 1000 m de altitud hasta cerca los 200 m. No obstante, se puede caminar de manera bastante cómoda casi todo el tiempo y no hay demasiados tramos empinados.
El sendero pasa por la aldea llamada Buspol. Al aproximarme un perro que no he visto, porque está tras unos arbustos, se pone a ladrar de repente, apenas a un par de metros de mí, y me da un buen susto. Aquí se encuentra una capilla, la de Santa Marina, pequeñísima, muy antigua y con el tejado de pizarra.
De Buspol a Grandas de Salime
Unos minutos después, tras atravesar una portilla para el ganado y cruzar una zona completamente embarrada por el tránsito del ganado, el camino gira a la izquierda y sigue bajando. La panorámica es amplia y contemplo por primera vez el embalse de Salime, que voy a tener que rodear y que no perderé de vista apenas en lo que queda de etapa.
Por aquí desaparece la nieve pero al principio hay bastante barro. Después la senda es más bien pedregosa y finalmente se une con una pista mejor acondicionada y muy cómoda. Aquí hay un poste indicador del sendero GR-109, el Camino Natural de la Cordillera Cantábrica. En teoría el Primitivo coincide con este sendero a lo largo de toda la etapa aunque no me ha parecido ver ninguna otra señal en todo el día.
Un poco más abajo me detengo para un breve descanso aprovechando un recodo del camino, desde el que hay una bella panorámica. Curiosamente desde aquí ya se puede ver Grandas de Salime, mi destino de hoy, pero está al otro lado del valle, en lo alto. Es necesario bajar todavía varios kilómetros, cruzar el río Navia por encima de la presa y volver a subir.
Al poco de reanudar la marcha me alcanza un nutrido grupo de unos 40 peregrinos. La mayoría son personas mayores pero también las hay más jóvenes. Sin duda, es un grupo organizado. Van con mochilas pequeñas, lo que les permite caminar a un paso más ligero y me van adelantando. Yo reduzco además mi velocidad para dejar que pasen cuanto antes pero, como van bastante separados entre ellos, ando un rato considerable junto a ellos. Algunos saludan y nos deseamos buen camino pero otros no responden.
Continúa la bajada y el grupo de peregrinos se va alejando. Mientras cae una ligera llovizna a intervalos, el famoso orbayo asturiano, cruzo una zona que parece haber sufrido algún incendio hace tiempo y donde además hay unas formaciones rocosas en la ladera de la montaña de un curioso color verdoso. Muchos arbustos están ya en flor, señal de que la primavera está cerca. Las nubes bajas sobre el embalse añaden aún más encanto a un paisaje formidable.
Más adelante se llanea durante unos minutos y se empiezan a ver los viejos edificios abandonados de la central hidroeléctrica que funcionaba hace años junto a la presa. Después la senda vuelve a bajar, estrechándose e internándose en el bosque. Hay algunos viejos árboles de troncos retorcidos y otros más jóvenes que han caído sobre el camino pero se puede pasar por debajo o por encima sin problema.
También me encuentro con la placa dedicada a un peregrino fallecido en fecha tan reciente como 2022. En la parte final de este tramo el sendero hace un zig zag, una zona con algo más de pendiente pero sin excesiva dificultad, hasta que se alcanza la carretera que se dirige a la presa.
Desciendo durante unos minutos por la misma. A mitad de camino hay un mirador llamado Boca de la Ballena, excavado en la roca a gran altura, con unas tremendas vistas a la presa. Intento grabar un vídeo, pero apenas permanezco en el lugar unos instantes ya que sopla un viento terrible y tengo miedo de que me arrebate la cámara y salga volando. Además no me gustan demasiado las alturas así que me alejo buscando otro sitio más cómodo, carretera abajo, para hacer alguna foto.
La presa del embalse de Salime, en el río Navia, es la décima más alta de España con 128 metros. Su longitud es de 250 metros y cuenta con cuatro enormes compuertas. Desde aquí se ven mejor los edificios abandonados de la antigua central hidroeléctrica. Están como suspendidos de forma sorprendente, en una ladera casi vertical. ¿Cómo se moverían los trabajadores entre unos y otros? Casi parece imposible. Sin duda, las condiciones de trabajo debían de ser muy duras en este lugar.
La carretera cruza el embalse por encima de la presa y tengo que apartarme para dejar pasar a varios vehículos, entre ellos un autobús de Alsa, que aquí en Asturias llegan casi hasta el pueblo más pequeño. Hay como una especie de miradores pero de nuevo el viento es fortísimo y apenas puedo acercarme. El embalse está en un cañón bastante estrecho lo que, supongo, provoca que se forme tanto viento. No me detengo demasiado pero impresiona la altura del dique.
Al otro lado comienza la subida del puerto hacia Grandas de Salime. Todo este último tramo será por carretera, unos 6 o 7 km de ascenso. Primero se pasa junto a una pequeña cascada y entre más edificios abandonados a ambos lados, posiblemente las viviendas de los trabajadores de la central.
Más adelante hago un breve descanso frente a un hotel-restaurante cerrado. Me empiezan a doler bastante los pies. De hecho el resto de la etapa se hará bastante largo, siempre sobre asfalto que es más agresivo para los pies y las articulaciones. Además noto bastante el cansancio acumulado el día de ayer, como era lógico esperar. En muchas ocasiones en el Camino, los excesos de una etapa dura o larga se pagan al día siguiente, aunque sea mas corta y sencilla.
Lo mejor sin duda es el paisaje ya que el trazado del puerto va permitiendo continuas vistas al embalse y también se pasa junto a algunas pequeñas cascadas que descienden de la ladera. Hay un par de miradores. Uno de ellos, de piedra y amplio, ofrece una formidable perspectiva hacia la presa.
A unos dos kilómetros de Grandas, la carretera gira a la derecha y se pierde de vista ya el embalse. Poco después el Camino se interna por un sendero entre el bosque hasta el final pero en este punto yo interpreto mal la señal y continúo por el asfalto hasta alcanzar por fin el pueblo. Otro despiste más aunque sin mayor incidencia.
El albergue público no está tan cerca de la entrada del pueblo como en otras veces. Toca andar un poco más y mis doloridos pies protestan. Paso delante de un museo etnográfico que parece interesante, pero que deberá esperar para otra ocasión, y junto a la iglesia porticada. Encuentro el cajero automático, el único disponible, y me hago por fin con algo de dinero en efectivo. Llego al albergue cuando son más o menos las 17:30.
Tarde-noche en Grandas de Salime
Jaime ha llegado hace ya un buen rato (como siempre, ya que se entretiene menos que yo durante la etapa) y de momento no hay nadie más: al parecer Andrés ha ido a otro sito y no sabemos nada de Darío. Llamamos al hospitalero y cuando viene realizo el registro. La credencial sigue húmeda desde el día de ayer así que la pongo sobre una estufa que hay en la zona común para que ver si se va secando.
Casi enseguida trato de reponer fuerzas comiendo algunas de las provisiones que he comprado por la mañana, ya que apenas he encontrado ocasión de hacerlo a lo largo de la etapa. Poco después aparece por allí un peregrino irlandés (tendrá cerca de 60 años) y más tarde un alemán joven. El hospitalero vuelve las dos veces y nos va comentando las novedades de la carrera de Formula 1 que está viendo en su casa.
Tras la ducha y un par de horas de descanso salimos a cenar, ya prácticamente de noche. Damos una vuelta, hace frío y llovizna pero por suerte Jaime lleva paraguas. Finalmente encontramos un restaurante que nos ha recomendado el hospitalero, llamado A Reigada. Se puede comer medio menú así que nos pedimos el primer plato, unos garbanzos para cada uno (a lo que la camarera responde, con cierta sorpresa, si “sólo” vamos a comer eso).
Justo cuando nos acaban de servir, de forma inesperada aparece Darío, feliz y sonriente. Ha llegado hace unas horas pero hoy se va a hospedar en una pensión en vez de en el albergue. Él se pide un plato de arroz. Toda la comida está muy rica o tal vez es que sabe mejor cuando se ha hecho tanto esfuerzo. Jaime y yo devoramos el gran pote de garbanzos que nos han traído (¡casi cuatro platos para cada uno!) más una tarta de queso.
Nos ponemos al día, comentando las incidencias de la jornada. Darío nos cuenta cosas de Brasil y de su trabajo. La charla es amena y me siento agradecido de estar allí, encontrarme en el Camino y en buena compañía. La cena es uno de los mejores momentos de todo el viaje. También será el último rato en que estemos todos juntos.
Ya de noche nos retiramos hacia nuestros hospedajes. Darío va en pantalón corto y chanclas a pesar del frío; no parece importarle. Nos despedimos de él al llegar a su pensión (ya no le volveré a ver) y Jaime y yo nos encaminamos hacia el albergue. Mañana será otro día duro en el Camino Primitivo.
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