Camino Primitivo. Etapa 3. Salas - Tineo. 20 km.
Una jornada dura, en ascenso casi permanente, que atraviesa paisajes maravillosos del interior asturiano y pone a prueba al peregrino varias veces.
6 de marzo de 2024. Amanece. La noche ha sido bastante fría puesto que la calefacción en el albergue no estaba encendida. De hecho en mitad de la madrugada he tenido que echarme una segunda manta por encima, tomándola de una de las literas vacías.
El peregrino alemán que llegó ayer a última hora ya se ha marchado, Darío aún duerme y Jaime va a desayunar en el bufet del albergue. A mí me parece un poco caro así que no le acompaño esta vez.
La ropa que extendí ayer después de lavarla no se ha secado nada por lo que voy a probar un truco que suelen hacer muchos peregrinos. Coloco las prendas húmedas en una redecilla de esas que se usan para lavar prendas delicadas y la sujeto al exterior de la mochila con unas pinzas. La idea es que se airee y se vaya secando a lo largo del día mientras voy andando. Veremos.
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De Salas a Porciles
Termino de recoger los bártulos y salgo del hostal. Desayuno en un bar del centro de Salas, compro un bocadillo para el almuerzo y doy un pequeño paseo para conocer un poco el pueblo. Es más bonito que Grado, en mi opinión. Tiene una zona medieval, con una muralla y un torreón, y una colegiata del siglo XVI, la de Santa María la Mayor. El río Nonaya atraviesa la localidad y se puede pasear por su rivera.
Sobre todo la zona del río es muy agradable pero no me entretengo demasiado. Hay que comenzar la etapa que, aunque algo más corta que las anteriores, también será dura.
Son las 09:30 h. Enseguida al salir del pueblo el camino se adentra en la naturaleza por una pista junto al río, el cuál baja con cierta fuerza.
La ruta se desarrollará en considerable ascenso casi todo el día y especialmente en esos primeros cinco o seis kilómetros. Discurre primero cerca del impresionante viaducto de la autovía pero luego se va haciendo cada vez más bonita: a ratos se interna en el bosque y otras veces se abre para ofrecer unas preciosas vistas, siempre con el Nonaya muy próximo. Se camina con cierta dificultad en algunos tramos ya que en la senda hay mucha agua (ha llovido esta noche) y además está llena de hojas, ramas y piedras.
Hay un par de puentes de piedra de más de 300 años de antigüedad, muy elevados, para cruzar unos arroyos y justo antes del segundo, un desvío conduce a la cascada del Nonaya a apenas 250 metros. Tras un pequeño descenso, la alcanzo. La cascada solo se puede ver desde unas decenas de metros pero está en medio del bosque y el sitio es precioso. Tras el salto, el río realiza un giro de unos 90 grados y después pasa bajo un puentecito.
En este punto me alcanza Jaime, que ha salido algo más tarde y permanecemos un rato en silencio escuchando el relajante sonido del salto de agua. Cuando él decide continuar, yo me quedo todavía unos minutos tomando fotos y disfrutando de la paz y la magia del lugar. Me siento feliz de estar en el Camino. Creo que podría estar haciendo esto toda la vida.
Retomo la marcha finalmente y asciendo un tramo con muchas piedras y una pendiente considerable. Por suerte no es demasiado largo y pronto alcanzo el final de la subida, en donde se sale de la zona arbolada y se llega a la carretera N-634. Hay que caminar por ella durante unos minutos y, puesto que no tiene arcén, acelero un poco para terminar ese tramo cuanto antes. De nuevo se pasa bajo la autovía A-63, que empieza en Oviedo y está siendo una compañera de viaje aquí y allá casi desde el principio.
De Porciles a El Pedregal
Una vez superada esta parte, la ruta se dirige hacia Porciles, ya por pistas y caminos más tranquilos, aunque todavía ascendiendo un poco. Junto a la llamada Fuente del Acebo me encuentro con un peregrino italiano que me pregunta si había mucho barro por donde he venido. Hablo unos instantes con él, creo que ha estado en una posada cercana, pero al final no me entero muy bien de hacia donde se dirige porque, en fin, está yendo en dirección contraria. Quizás esté volviendo de Santiago también a pie, no lo sé. Algunos peregrinos lo hacen.
En esta zona el paisaje es algo diferente al de los últimos días. Más llano y abierto, transcurre durante un trecho junto a la carretera. En Bodenaya hay un interesante cementerio con un antiguo crucero de piedra en la entrada. Me detengo unos momentos en este punto para descansar. Hace un día muy agradable, soleado y primaveral.
Poco después, de nuevo en movimiento, veo a Darío que camina medio centenar de metros por delante de mi. En algún momento ha debido de adelantarme. En un cruce enfila por la carretera hacia La Espina. Le sigo sin preocuparme de mirar las flechas indicadoras y un par de minutos después me doy cuenta de que el Camino “oficial” no va por ahí sino dando un pequeño rodeo esquivando la carretera. Como no merece la pena volver, continúo recto.
Lo bueno es que uno no sabe lo que el Camino le va a ofrecer y, gracias a esa pequeña equivocación en el rumbo, me encuentro con un precioso caballo que pasta a apenas un metro de la acera. Me acerco y el animal se deja acariciar pacientemente. Un momento entrañable.
En La Espina coincido con Darío en una fuente donde ambos recargamos de agua nuestras cantimploras. Intercambiamos un saludo, él va escuchando música. No parece muy hablador pero no pasa nada, yo tampoco lo soy. La Espina es una localidad con tiendas y bares, un sitio ideal para comer aunque yo decido no detenerme. Es ya la 1 de la tarde y aún me queda más de la mitad de la etapa.
La ruta continúa ascendiendo de forma suave pero constante. Se pasa por La Pereda un pequeño pueblo en el que hay un curioso albergue, con multitud de vieiras colocadas en la fachada formando dibujos. Según las reseñas en internet es uno de los mejores de todo el Camino. También hay cerca una antigua capilla, muy pequeña. Descubro que de la campana pende una cuerda que llega hasta el suelo e invita a tocarla pero al tirar de ella no emite ningún sonido. Seguramente le han quitado el badajo hartos de curiosos como un servidor.
Las vistas desde el pueblo y durante los próximos kilómetros son formidables. El sendero transita un poco elevado, por la ladera, lo que permite una amplia perspectiva del valle en primer término y la cordillera nevada en el horizonte. Decido hacer un alto un poco más adelante y disfruto de la panorámica mientras almuerzo sentado entre las hierbas altas de un prado.
En algunas partes hay bastante barro y agua en el camino, que en ocasiones es apenas un estrecho sendero. Sigue subiendo durante un buen rato pero al aproximarme a Bedures por fin se inicia un tramo de bajada.
El intento de secar la ropa húmeda llevándola dentro de una red colgada de la mochila no está funcionando demasiado bien. En parte porque va apelotonada y porque hasta ahora la temperatura no ha sido muy alta. Además la redecilla se ha soltado un par de veces, así que al final decido guardarla en el interior por miedo a perderla.
Por otro lado empiezo a sentir calor y necesito quitarme ropa. El chubasquero no me cabe dentro de la mochila así que lo cuelgo de un lateral de la mochila, entre las cintas de compresión de la misma. Debido a que voy muy justo de espacio y a que el tiempo en esta época es muy cambiante, esta situación de tener que portar el exceso de ropa colgando de la mochila me va a ocurrir en varias ocasiones a lo largo del viaje. Creo que he escogido una mochila demasiado pequeña para realizar el Camino en invierno. Es un tema fundamental, este de elegir el material para el Camino de Santiago.
Saliendo de Bedures hay un viejo molino que funcionaba gracias a las aguas de un pequeño riachuelo. Está muy bien conservado, tal vez ha sido restaurado, y la estampa es de postal así que no me resisto a acercarme para verlo más de cerca, pese a que eso supone subir una pequeña cuesta encharcada en algunas zonas.
Continúo bajando hasta El Pedregal. Antes de llegar hay una pequeña zona de descanso con una figura de Santiago dentro de una vitrina y una máquina de vending, pero ahora está vacía.
En El Pedregal ando unos minutos por la carretera (demasiados coches) y paso junto a una iglesia que está al lado de un precioso e inmenso roble carbayón. Es la iglesia de los santos Xustu y Pastor y está abierta. Es sencilla y no muy grande y en la pared trasera hay colgado un grupo de pequeñas cruces. No veo a nadie, pero en la entrada hay una mesita con el sello de peregrino que uno puede ponerse libremente en la credencial para atestiguar el paso por el lugar. Dejo un pequeño donativo como agradecimiento.
De El Pedregal a Tineo
Afortunadamente la ruta abandona pronto la carretera y se interna de nuevo por pistas hormigón y de tierra, en un sube y baja, entre árboles y pastos para el ganado en las faldas de la Sierra de Tineo.
Ahora sí, el barro y el agua comienzan a ser un verdadero problema. En ocasiones hay que saltar arroyos que cruzan el camino, y otras veces, en la zonas en pendiente, es el propio camino el que se convierte prácticamente en un río. Voy solventando los obstáculos con mayor o menor fortuna. De momento no tengo los pies demasiado mojados y además, en el fondo, es divertido.
A la vuelta de un recodo, de repente me topo con un árbol de grandes dimensiones que me corta el camino. Es la primera vez que ocurre y es extraño ya que el camino siempre suele estar despejado. Me pregunto si tal vez me he desviado de la ruta correcta pero compruebo en la aplicación del móvil que voy bien y que efectivamente debo pasar por allí. El árbol es bastante ancho y no hay manera de rodearlo ya que los laterales están llenos de zarzas y de alambradas. Así pues la única opción es cruzar por en medio.
Por suerte otros peregrinos que han pasado antes ya han abierto algo de hueco entre las ramas y eso facilita un poco las cosas, Aún así es complicado atravesarlo, con las piernas ya cansadas y cargando la pesada mochila. Hay que ir con mucho cuidado de donde se ponen los pies, para evitar una posible torcedura. No obstante, consigo sortear indemne el obstáculo. Otra vez más el camino ha puesto a prueba al peregrino.
Tineo ya está más cerca. En las proximidades de un lugar llamado Zarrazín la ruta deja una estampa memorable, una de las más bonitas de todo el viaje, como sacada de un cuento: unas coquetas casitas sobre unas colinas onduladas, un caballito pastando, las montañas nevadas a lo lejos, la luz del atardecer…
Un sitio que obliga inevitablemente a hacerse un selfie. Y en ello estoy cuando de nuevo aparece Darío por el sendero y amablemente se ofrece a hacerme él la foto.
Yo le saco también varias fotos con su móvil y después nos ponemos en marcha de nuevo, ya juntos hasta el final. Poco a poco vamos soltándonos y ganando confianza. Ha parado en La Espina a comer. Le pregunto por el árbol caído pero me comenta que no lo ha visto ya que ha atajado por otro sitio. Parece ser que lo hace bastante a menudo. Charlamos sobre proyectos y rutas, él quiere hacer una en el Mont Blanc, yo le hablo del Sendero de los Apalaches, en Estados Unidos.
A todo esto, la pista por la que avanzamos está cada vez peor por la gran cantidad de barro e incluso por la presencia de grandes balsas de agua. En una ocasión tenemos que andar por el borde, haciendo equilibrios y agarrándonos a los árboles. Solventamos con buen ánimo las circunstancias aunque me temo que tengo los pies ya empapados completamente.
En el albergue de Tineo
Hacia las 17:30 entramos ya en Tineo. Jaime ha llegado hace un tiempo y me ha mandado un mensaje con la localización del albergue público. No está muy lejos, lo cuál es un alivio ya que empiezo a tener los pies bastante doloridos (después descubriré que me ha salido una pequeña ampolla en el talón del pie derecho). La etapa se ha hecho un poco dura debido a las condiciones del terreno y a que hemos subido desde los 200 m de altitud en la salida hasta los 700 m.
Darío y yo caemos rendidos sobre unas sillas mientras Jaime llama al hospitalero para avisarle de nuestra llegada. Vendrá en diez minutos así que, mientras tanto, aprovecho para limpiar las zapatillas llenas de barro en el lavadero exterior, del cuál disponen muchos albergues. El hospitalero, Fernando, es un chico muy majo que viene acompañado de su hija y su mujer. Se conocieron haciendo el Camino. Nos pregunta por el árbol caído, del cuál ya tienen constancia por comentarios de otros peregrinos.
El albergue está bastante bien: hay lavadora y tiene los radiadores encendidos, lo que vendrá de maravilla para secar la ropa. Hay unas 24 camas, pero solo vamos a pernoctar nosotros tres así que, en teoría, se augura una noche tranquila.
Más tarde vamos juntos hacia el centro del pueblo para buscar un bar donde cenar. Yo pido un bocadillo y me traen uno tan grande que la mitad me servirá como almuerzo mañana. Darío nos cuenta que trabaja en una clínica de estética. Cenamos y charlamos (un parte en español, en parte en inglés y portugués) durante al menos una hora, acompañado la conversación de unas cervezas y unos vinos. Sin duda, compartir las incidencias de la jornada con otros peregrinos al finalizar el día es una de las mejores experiencias que deja el Camino.
Después volvemos por el mismo trayecto hacia el albergue, ya de noche, atravesando las solitarias calles de la localidad. Es hora de descansar, que ha sido un día largo y mañana habrá más kilómetros por recorrer.
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