Camino Primitivo. Etapa 4. Tineo - Borres. 16 km.
Una bonita jornada, con menos kilómetros que las anteriores, previa a la "etapa reina" del Camino Primitivo.
Amanece una nueva jornada tras una noche en la que he dormido apenas 4 horas. Me costó bastante conciliar el sueño tal vez por el propio cansancio y las emociones del día de ayer. Los tres peregrinos empezamos a recoger los bártulos sin prisas. La ropa que lave anoche no se ha secado del todo pero está mejor que en el día de ayer.
Procedo a curarme una pequeña pero molesta ampolla que me ha aparecido en el talón del pie derecho. La reviento con una aguja, pese que a Darío cree que no es recomendable, pero es algo que a mí siempre me ha funcionado y de hecho no volverá a molestarme demasiado en el futuro.
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Jaime me regala un botecito de vaselina que le sobra para aplicármela en los pies. Yo no he traído y en los próximos días me vendrá muy bien. También decido empezar a ponerme los calcetines de dos en dos porque los que he traído son demasiado finos. Y por otro lado, ayer noté que la zapatilla me rozaba en la parte superior del talón izquierdo y me preocupa que vaya a peor. Se irá viendo. El cuidado de los pies se convertirá en una rutina matinal necesaria a partir de ahora.
De Grado a Villaluz
Es 7 de marzo de 2024. Abandonamos juntos el albergue y nos dirigimos al centro del pueblo para desayunar en un bar. Tineo es un pueblo de 3700 habitantes enclavado en la ladera del monte, a cierta altura, por lo que tiene unas vistas preciosas. Ayer al llegar me enamoré enseguida del lugar y hoy se confirma la primera impresión.
Es día de mercado y ya hay numerosos puestos por la calles. Nos detenemos en alguno de ellos, donde venden ropa de senderismo como pantalones y chaquetas que no parecen estar nada mal.
En el desayuno comentamos la etapa de hoy que nos llevará hasta Borres. Miramos también la previsión del tiempo. Mañana será la etapa más complicada y tendremos que decidir entre las dos rutas posibles: la más corta pero difícil, la de Hospitales que transcurre por los montes a cierta altura, o la de Pola de Allande, más larga pero relativamente más sencilla. En caso de tiempo adverso la de Hospitales no es recomendable.
Después del desayuno me despido de mis compañeros con el habitual “Buen camino” y ellos comienzan la marcha. Por mi parte, quiero comprar algo de comida en el supermercado para el día de hoy y hacer algunas fotos. Tineo tiene varios edificios de interés en su parte más antigua, como el ayuntamiento, de color verde y un curioso estilo.
Me pongo definitivamente en movimiento hacia las 10 de la mañana, algo más tarde que el resto de días. No obstante la etapa de hoy es más corta que las anteriores. Como no podía ser de otra forma se comienza subiendo, rodeando el pueblo por una pista de asfalto, pero esto permite contemplar unas estupendas vistas del entorno.
El cielo está prácticamente cubierto aunque no llueve, así que es un día perfecto para andar. El comienzo de cada etapa es siempre fresco y alegre. (En cambio, los últimos kilómetros serán muchas veces una dolorosa agonía; cada día en el Camino es una vida entera).
La pista pasa a ser de tierra, transita junto a un mirador que llaman “de Letizia” y continua rodeando el monte siempre con vistas al pueblo durante un buen rato. Se sigue ascendiendo ya que la ruta lleva hacia el Alto de Piedratecha. De nuevo me encuentro bastante barro en algunas zonas pero no de forma tan exagerada como ayer.
Estos primeros kilómetros son muy bonitos. La ruta recorre zonas de bosque pero de vez en cuando se abre hacia los prados, donde a veces hay caballos, para dejar ver unos paisajes de postal. Asturias es una maravilla. Camino cruzando algún que otro reguero entre robles, hayas y abedules, algunos muy viejos, árboles propios de la región. Afortunadamente no se observan plantaciones de feos eucaliptos, las cuales están ocupando cada vez mayor superficie en el norte peninsular.
Después de este tramo se llega a una zona despejada, con prados y vistas muy amplias hacia norte. En este punto, a lo lejos, sobre una colina observo dos figuras recortadas contra el horizonte. Reconozco enseguida que son dos perros grandes, posiblemente mastines, que merodean por allí. Por suerte están a varios centenares de metros y no suponen un problema pero su presencia me pone en alerta.
La senda continúa subiendo ligeramente, limitada a ambos lados por lo cercos para el ganado. A lo lejos se ven montañas nevadas, algunas de las cuáles atravesaré en los próximos días.
En esta zona sufro un pequeño accidente cuando me detengo para orinar en un lateral del camino. Al aproximarme a la cuneta se me engancha la rama de una zarza en un tobillo. Aparte de ser dolorosa, la situación se complica porque no consigo quitármela. Se ha quedado muy agarrada al calcetín y, debido a las espinas, no consigo hacer fuerza suficiente con los dedos para moverla. Finalmente, tras unos instantes de forcejeo, consigo apartarla empujando con el mango del bastón de senderismo. Creo que no dejaré de insistir en lo útil que es un buen bastón cuando se va al monte. Es un compañero imprescindible.
Ya aliviado, del pie y de la vejiga, continúo la ruta, la cuál empieza a descender hasta llegar al antedicho Alto de Piedratecha. Aquí ando unos minutos junto a la carretera pero al poco me interno de nuevo en el bosque. Decido que es el lugar perfecto para descansar unos minutos y almorzar un poco. Disfruto del silencio, solo ocasionalmente interrumpido por un grupo de cuervos que revolotean por entre las copas. Los árboles aún están desnudos e imagino lo bonito que estará todo en otoño. Sin haber terminado siquiera la cuarta etapa ya empiezo a pensar en repetir el Camino en una estación diferente.
La senda sigue descendiendo hasta que se convierte en pista forestal. En una desviación un cartel señala hacia el cercano monasterio de Santa María de Obona pero en esta ocasión prefiero no apartarme de la ruta ya que no sé cuanto esfuerzo supondrá. El monasterio, que después atisbaré desde la distancia, es bastante bonito aunque parece estar muy abandonado.
De Villaluz a Borres
Un rato después me aproximo a Villaluz. Entrando en la pequeña población un gato negro cruza por delante de mi a unos metros de distancia y, aunque no soy supersticioso, tal vez es una advertencia de las dificultades a las que tendré que hacer frente en las próximas etapas.
Después de Villaluz solo quedan 6 km hasta Borres, pero el final de etapa es muy diferente al resto, ya que en su mayor parte se transita por la carretera y es un tramo sin demasiada historia. La carretera no tiene arcén pero sí bastante tráfico, incluyendo algún que otro camión, por lo que hay que andar con precaución. Durante ese rato además el cielo se oscurece, se levanta el viento y se empieza a notar bastante frío.
Paso entre algunas construcciones abandonadas y por varias poblaciones. Entre ellas Campiello, que básicamente consiste en un par de albergues y uno o dos bares, lo suficiente para que muchos peregrinos terminen aquí la etapa, ya que la disponibilidad de cama y comida en Borres es aún menor.
No muy lejos hago una pausa en una desangelada área de descanso con mesas junto a una pequeña capilla (la de la Magdalena). Necesito un descanso. La mochila empieza a hacerme algo de daño en el hombro y también siento molestias en el pie izquierdo por el rozamiento de la zapatilla en el talón. Además caminar por el asfalto es mucho más incómodo y más doloroso para las plantas de los pies y las rodillas.
Mientras me siento, pasan por la carretera cuatro peregrinas alemanas de mediana edad, a las que saludo. Son las primeras que veo en todo el día; el Primitivo es un camino bastante solitario en esta época.
Retomo la marcha y no mucho después, a la altura de un pueblo llamado El Espín, abandono por fin el asfalto para entrar en otro tramo de subida muy embarrado. Muchos días el Camino no da tregua hasta el último minuto. No obstante, el cielo se está despejando de nuevo lo que anima para hacer el último esfuerzo, y llego enseguida a Borres, un grupito de poco más de una decena de casas. Pronto localizo sin problemas el albergue, situado a la entrada de la población. Son apenas las 15:30h y, por tanto, es el día en el que finalizo más temprano hasta ahora.
Jaime, que anda por allí desde hace un buen rato, me escucha llegar y me abre la puerta. El registro del albergue hay que hacerlo en el “barín” de pueblo pero antes me voy instalando. Comentamos las incidencias de la etapa. No sabemos nada de Darío. Javier dice que al poco rato de empezar se ha ido quedando atrás porque al parecer le dolían bastante los pies. Yo no le he visto en toda la jornada, lo cuál nos parece extraño.
El que sí ha llegado ese día es otro peregrino. Andrés es un catalán de unos 65 años que ha venido haciendo el Camino del Norte desde Irún y en Villaviciosa se desvío hacia Oviedo para tomar el Camino Primitivo. Ya ha completado varios Caminos, lleva encima varios mapas y dedica bastante tiempo a hacer anotaciones sobre la ruta recorrida en un cuaderno. Ha tenido un encuentro desagradable con los mastines que había rondando por la zona del Alto de Piedratecha. Se acercaron ladrando de forma amenazadora pero él levantó un bastón como advertencia y comenzaron a alejarse. Así, por suerte, el asunto no fue a mayores.
Tarde-noche en Borres
El albergue es el más austero de todo el Camino: no hay lavadoras ni cocina aunque sí radiadores eléctricos. Las literas son muy viejas, parecen recicladas de algún cuartel, y una de ellas tiene tres alturas. Hago una foto puesto que me parece curiosa y nunca había visto un así. “Eso es porque no has hecho la mili” comentan casi al unísono Jaime y Andrés.
Tras un buen rato de descanso nos dirigimos al pequeño y único bar del pueblo para tomar algo. Yo además necesito comer y hacer el registro. Atiende una mujer muy amable. Efectúo el pago de la noche en el albergue, que son 8 euros, y además pido un bocadillo y una cerveza. En ese momento me doy cuenta de un problema del que no he sido consciente. Como es previsible no aceptan tarjeta y con estos gastos se acaba casi todo mi dinero en efectivo. En Borres no hay cajeros automáticos y durante la etapa de mañana no habrá ningún servicio disponible a lo largo de todo el recorrido. Tampoco hay cajeros en Berducedo ni aceptarán tarjeta en el albergue y por tanto no tendré dinero para pagarlo.
Por fortuna, soluciono el problema gracias a Jaime, que me presta algo de dinero y yo le hago un Bizum. Esto me permite salir del lance, al menos en parte ya que no puedo comprar muchas provisiones para mañana. Si hubiera estado yo solo no sé qué habría hecho; seguramente la única solución hubiera sido renunciar a la ruta por Hospitales e ir por la variante de Pola de Allande, donde si hay cajeros. Para futuras ocasiones he de ser más previsor y estar más pendiente de la disponibilidad de dinero en efectivo a lo largo de la ruta.
Al bar acuden algunos habitantes del pueblo, entre ellos el nieto de la dueña, un guaje de 4 o 5 años muy simpático. Permanecemos allí hasta que comienza a anochecer y es hora de pensar en descansar. Caminamos por la carretera unos minutos hasta el albergue. Hay un gran silencio, el pueblecito parece estar como en medio de la nada, rodeado de colinas y bosques. El mundo “real” parece quedar muy lejos. Pienso en que cada día en el Camino está tan lleno de acontecimientos, experiencias y descubrimientos que es como meses enteros en la vida ordinaria. Uno tiene la sensación, cuando llega el final de la jornada, de que todo lo ocurrido en la anterior sucedió hace mucho tiempo.
Seguimos sin tener noticia de Darío y comentamos que tal vez se haya quedado a pasar la noche en Campiello. Pronto nos preparamos para dormir ya que mañana toca la etapa reina, la más dura del Camino Primitivo. Aunque en ese momento aún no lo sabemos, el de mañana será un día que nunca olvidaremos.
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