Camino Primitivo. Etapa 14. O Pedrouzo - Santiago de Compostela. 19 km.
Los últimos kilómetros conducen al cansado peregrino hasta la Plaza del Obradoiro de Santiago de Compostela, la meta de un viaje memorable.
Esta es la crónica de la última etapa recorriendo el Camino Primitivo a Santiago de Compostela.
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18 de marzo de 2024. Amanece en O Pedrouzo y despierto descansado, con buen ánimo para afrontar la última jornada del Camino. Me pongo enseguida con la rutina de cuidado de los pies por última vez. Después de 300 km, los pobres ya llevan mucho tiempo pidiéndome una tregua. Pero ya solo quedan 19 km de andadura, tras tantas vivencias, encuentros y lugares visitados.
Abandono el albergue. Creo que otra vez soy el último peregrino en hacerlo, por allí no veo a nadie más salvo a la mujer de la limpieza. Hoy el día ha amanecido también con niebla. Mientras desayuno en un bar del pueblo llega un alborotador grupo grande de chavales de unos 12 o 13 años, acompañados de un monitor. Me parece que estos días previos a la Semana Santa hay muchos de estos jóvenes peregrinos en el Camino, por lo que no debo demorarme demasiado si quiero evitar toparme con ellos en la ruta.
Anterior: Etapa 13. Arzúa - O Pedrouzo.
De O Pedrouzo a Lavacolla
Me pongo en marcha hacia las 08:30h. A la salida del pueblo me cruzo con las chicas dos andaluzas con las que conversé ayer, en el punto en el que un mojón indica la mencionada distancia hasta Santiago: 19 km. Se las ve también muy animadas.
El inicio de etapa es una continuación del final de ayer. Se anda llaneando por pistas entre un bonito bosque de árboles cubiertos de musgo de un color verde brillante y junto a campos abiertos de permiten ver estelas de niebla en la lejanía.
Hacia las 09:30h, aunque aún es temprano, decido parar a poner el sello y tomar un refresco en un bar de la localidad de Amenal. También pido un bocadillo para llevar y almorzar en el camino. Así dejo ya hechas esas dos cosas, aunque esta parte final del Camino no presenta problema alguno para encontrar dónde conseguir provisiones o sellar la credencial.
El camarero, muy simpático y hablador, es nuevo en el puesto y empezó apenas hace unos días. También se han detenido en el bar numerosos peregrinos. Me da la sensación de que la mayoría vienen en grupo; los peregrinos solitarios ya no somos mayoría.
Tras el refrigerio continúo por una zona de bosque, mayormente plantaciones de eucaliptos. Vamos por esta pista diez o doce peregrinos, separados unas decenas de metros unos de otros. Con diferencia la mayor aglomeración que he vivido en más de 300 kilómetros.
En una intersección en mitad de la nada un hombre latino ha montado un tenderete con recuerdos, vieiras de peregrino, comida… Nos paramos casi todos. El señor también pone un bonito sello con lacre en la credencial. Le compro una típica vieira de peregrino y la cuelgo de la mochila. Curiosamente no he llevado ninguna en todo este tiempo y me hago con una a falta de apenas 12 km.
Un poco más adelante se gira bruscamente a la izquierda, justo en un punto donde un gran hito de piedra marca la entrada al concejo de Santiago. Estoy muy cerca del aeropuerto y ya se puede escuchar el ruido de los aviones. Después la ruta bordea el aeródromo junto a una valla y consigo ver el despegue de uno de ellos.
En San Paio el recorrido se aleja del aeropuerto. En esta aldea hay una pequeña capilla y en la entrada un par de mujeres voluntarias ofrecen al visitante una breve explicación del lugar. Es algo que me he encontrado también en otros pueblos. Se han congregado aquí varios peregrinos, parece ser que alguna ha regresado porque se había dejado olvidado el teléfono móvil. En esta ocasión decido no detenerme para ver el interior del templo: ya he visto muchas iglesias en este viaje y me pueden más las ganas de seguir adelante.
Posteriormente cruzo bajo la autopista a través de un túnel en cuyas paredes cientos de peregrinos han dejado mensajes de todo tipo y después se atraviesa el que es el último tramo de pista de tierra entre el bosque de todo el viaje. Con un poco de barro en la senda, que no falte tampoco esta última vez.
El resto de la ruta ya será sobre asfalto. Prácticamente en todo momento tengo a la vista a algún peregrino, siempre hay alguien caminando por delante o algunos metros por detrás. Me adelantan unos y adelanto yo o a otros, unos en grupo y otros solitarios, cada uno a su ritmo o parando cuando lo necesita.
De Lavacolla a Santiago de Compostela
Se baja hasta Lavacolla donde se encuentra una iglesia muy majestuosa y con un gran cementerio a su alrededor, posiblemente el más grande de los que he visto hasta ahora de este estilo.
Después de cruzar la carretera nacional el camino comienza un moderado ascenso y decido hacer un alto para comer internándome unos metros en un campo de hierba bastante crecida. Pasan por allí de nuevo las andaluzas, muy alegres, y nos saludamos. Almuerzo con calma, disfrutando del paisaje. Hace un día estupendo. Qué poco queda…
Dejo atrás Villamayor y, casi siempre ascendiendo de forma moderada, sigo una larga recta entre árboles y por asfalto hacia el Monte do Gozo. Ahora sí que parece esto una romería de tanta gente que hay. Pero voy contento. Nos vamos saludando y deseándonos mutuamente buen camino. En estos momentos, uno se siente formando parte de una comunidad, se produce cierta conexión, más allá de que cada uno hayamos recorrido caminos muy diferentes.
El camino hace un zig zag y paso junto a sede de la televisión de Galicia. En San Marcos comienza la subida hacia Monte do Gozo y apenas unos minutos después alcanzo la parte alta del mismo.
Contemplo por primera vez Santiago de Compostela. Desde este punto se pueden apreciar las torres de la catedral. Parece increíble que haya llegado hasta aquí caminando desde la puerta de mi casa…
Tomo unas cuantas fotos pero no me detengo demasiado. El Obradoiro me llama y aunque parezca cercano, aún faltan más de 4 kilómetros para alcanzarlo. Continúo y paso junto a un enorme albergue compuesto por muchos pabellones situado en la bajada del monte.
Me cruzo entonces con un curioso personaje que camina en dirección contraria: un hombre de mediana edad que porta una gran mochila y que parece llevar también muchos cachivaches, va escuchando música andina por algún altavoz, luce perilla y sombrero. No dice nada pero me sonríe y hace un gesto con la mano, unos “cuernos” al estilo heavy. Le devuelvo el saludo. La verdad es que transmite un buen rollo muy divertido.
Los peregrinos han dejado muchísimas pegatinas de sus asociaciones, clubs, webs, etc. en las señales, en las barandillas de los puentes… Son innumerables y eso que representan solo a una pequeña porción de las miles de personas que han pasado por aquí.
Alcanzo un letrero que indica SANTIAGO DE COMPOSTELA en grandes letras, también cubierto de pegatinas, ante el cuál los peregrinos se habrán hecho incontables selfies (yo también), y entro ahora ya sí en las calles de la ciudad.
Pronto me encuentro con un mercado callejero, parece ser que esos días son las fiestas de San Lázaro y no puedo resistirme a comprar un par de rosquillas en un puesto.
El Camino viene marcado ahora por unas vieiras de metal colocadas en las aceras aunque faltan muchas de ellas, que han sido arrancadas. Sin duda se las han llevado como recuerdo algunos desaprensivos.
Ya en las calles céntricas saludo a las chicas andaluzas, con las que me encuentro por última vez y que están llegando justo también en este momento. Es emocionante estar ya tan cerca del final. Las cuidadas calles se ven muy ajetreadas. Hay mucha gente por todas partes, a pesar de ser lunes, no sé si tiene que ver con la festividad o es que siempre es así.
Apenas a unos minutos del final, en la plaza de Cervantes continúo recto cuando tendría que haber girado a la derecha, lo que provoca que me desoriente durante unos momentos. No podía terminar este viaje sin uno de mis habituales despistes. Acabo callejeando, dando un rodeo y al final hago mi entrada en la plaza del Obradoiro por el lado derecho de la catedral, en lugar de por el izquierdo como es tradicional. Da igual.
Son las 14:30 horas. Mientras admiro la catedral voy cruzando la plaza poblada por numerosos peregrinos, algunos tumbados en el suelo, que celebran haber alcanzado la meta. Me dirijo hacia los arcos del edificio del ayuntamiento. Me quito aliviado la mochila y me siento en el suelo, recostado contra una columna, contemplando la espectacular fachada del templo.
Me duelen los pies y tengo las piernas muy cansadas, pero siento una gran satisfacción. Ha sido un enorme reto y una experiencia inolvidable. He completado mi primer Camino de Santiago.
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