Camino Primitivo. Etapa 1. Oviedo - Grado. 22 km.
Crónica de la primera etapa del Camino Primitivo, posiblemente el Camino de Santiago más bonito y también el más difícil.
El Camino Primitivo es la ruta más antigua hacia la ciudad de Santiago de Compostela. Sus origenes se remontan al siglo IX, cuando el rey Alfonso II el Casto se convirtió en el primer peregrino de la historia al recorrer la distancia entre Oviedo y Santiago para visitar la tumba del apóstol.
Es una ruta intima y solitaria, que recupera el espíritu de las primeras peregrinaciones. Requiere un buen estado físico y atraviesa los bellos paisajes del interior asturiano y gallego.
De Oviedo a Escamplero
4 de marzo de 2024. Comienzo el Camino Primitivo saliendo desde mi propia casa, cuando son aproximadamente las 09:30 h de la mañana. Vivo en el barrio de La Florida a las afueras de la ciudad de Oviedo, y el trazado cruza por mi calle, a apenas un par de minutos de mi portal.
He decidido empezar así, sin partir desde la catedral de San Salvador como hacen la mayoría de peregrinos, porque creo que tiene más encanto empezar desde mi propio umbral. De lo contrario, habría tenido que desplazarme hasta el centro de la ciudad y hacer un recorrido que ya conozco de sobra, para volver a pasar por el mismo sitio. Además, así ahorro tiempo y unos 3 kilómetros de recorrido, lo que seguro me vendrá bien.
Enseguida me encuentro frente a la estatua de un peregrino situada junto a una rotonda. Esta escultura conmemora la primera peregrinación a Santiago realizada por el rey Alfonso II El Casto hacia el año 834, y el mensaje despide al caminante deseándole un buen camino. Comienza el viaje. Por fin estoy en marcha.
Es un día fresco y gris, típico de principios de marzo, aunque por el momento no llueve. Un poco más adelante se encuentra el primer cartel informativo de la ruta y el primer mojón que indica la dirección a seguir. En un par de minutos ya estoy saliendo de la ciudad. Es una de las ventajas de vivir en las afueras: muy pronto me encuentro ya en un entorno rural, típicamente asturiano, rodeado de tranquilos prados verdes mientras el bullicio de la urbe va quedando atrás.
Los dos primeros kilómetros de ruta ya los conozco puesto que los he recorrido paseando más de una vez. Son cómodos, se va por la carretera y se atraviesa el pueblo de San Lázaro de Paniceres, aunque pronto se toma una pista rural de asfalto bastante deteriorado.
No tarda en aparecer la primera cuesta que advierte que esto no va a ser ningún paseo. A mi izquierda disfruto de una estupenda panorámica de la sierra de Aramo nevada. Por ahí se encuentra el famoso Angliru, mítico puerto ciclista. Son unas vistas preciosas de las que nunca me canso. Pronto empiezo a tomar fotos y a grabar algunos vídeos con la minicamara. Tal vez algún día los suba a Youtube.
Tras un tramo de subidas y bajadas, llego a Llampaxuga y me detengo en la ermita del Carmen, la primera también de las muchas ermitas, capillas e iglesias que voy a conocer. Ha comenzado a llover. Me subo la capucha del impermeable —he preferido no cargar con un paraguas— y le pongo la funda impermeable a la mochila, estrenándola apenas una hora después de iniciar la marcha.
Al reanudar el camino, me doy cuenta a los pocos pasos de que me he dejado atrás el bastón, así que tengo que regresar a por él. Como soy un poco despistado, el temor a olvidar o perder cosas se acabará convirtiendo en casi una obsesión a lo largo de todo el Camino. Siempre, después de una parada —y muchas veces incluso en movimiento—, tendré que comprobar que llevo encima el móvil, la cartera, la cámara…
Llueve a intervalos. Tras una bajada, alcanzo Loriana, que cuenta con un lavadero tradicional y una bonita iglesia del siglo XII. Junto a una casa, hay un pequeño rebaño y unos corderitos adorables me observan con curiosidad al pasar frente a ellos.
El tramo después de Loriana discurre por una carretera sin arcén, aunque afortunadamente poco transitada. En la parte de atrás de una señal, muchos peregrinos han dejado sus pegatinas para promocionar alguna asociación, empresa, página web… o simplemente para desear buen camino. Esto será muy habitual encontrarlo en señales, puentes, postes y otros puntos a lo largo de todo el Camino.
Poco después, el camino se desvía unos metros de la carretera y cruza sobre el río Nora por el puente medieval de Gallegos. El puente está documentado desde el siglo XIII, aunque se ha reconstruido en el siglo XX. Apenas puedo detenerme para contemplarlo ya que en ese momento llueve con bastante intensidad.
Hago un alto un poco más adelante y me refugio en un lavadero junto a un prado donde pastan unas vacas. Descanso allí un rato y aprovecho para comer algo. A pesar de la lluvia, me siento feliz de estar en el Camino. Más aún cuando un par de mujeres pasan por allí y me desean “¡Buen camino!”. Es la primera vez que me lo dicen y lo harán muchísimas más personas en las próximas dos semanas. En general, la mayoría se alegra de saludar a los peregrinos y serán muy amables.
La señalización es clara en todo momento. Los mojones cuentan con flecha indicadora, además de la icónica vieira. También hay flechas amarillas pintadas en postes, señales, en los muros de las casas...
Después de Gallegos, el camino se desvía de la carretera y se adentra en el primer tramo donde uno se siente en plena naturaleza. Me encuentro rodeado de árboles, la mayoría aún sin hojas. Paso junto a una pequeña cascada y, más adelante, sigo un tramo junto a la orilla del río Nora, que baja caudaloso debido a las lluvias intensas de la semana pasada. Tengo que saltar algún que otro reguero que desciende hasta el río, y empieza a haber barro en algunas zonas del camino, aunque todavía no es demasiado.
Más adelante, comienza un tramo de subida que conduce hasta Escamplero. Ha dejado de llover, ha salido el sol y la elevación del terreno permite contemplar unas bonitas vistas hacia el este.
De Escamplero a Paladín
A los pocos minutos, me percato de que detrás de mi, a poca distancia, viene otro caminante, un hombre de mediana edad. Es el primero que veo; así pues no soy el único raro que se ha puesto a hacer el Camino en estas fechas. Dejo que me alcance y entablamos una breve conversación. Es Jaime, un peregrino de Barcelona. Ha llegado a Oviedo en avión esta misma mañana. Por tanto, ha comenzado bastante más tarde que yo y ya me ha alcanzado, lo que hace preguntarme si me estoy entreteniendo demasiado. Charlamos un par de minutos y él continúa mientras yo me quedo haciendo unas fotos. No obstante, volveremos a encontrarnos.
Desde Escamplero la ruta va alternando tramos variados, a veces por carretera, otras por pista de asfalto o de tierra, cerca de los pueblos de Tamargo y Ania. En las proximidades del primero se encuentra la ermita de la Virgen de Fátima. Aunque es del siglo XX, y por tanto no muy antigua, me resulta muy bonita y tiene un encanto especial. Es un lugar magnífico para detenerse un rato pero debo continuar.
Avanzo después entre prados. No falta mucho para primavera y ya se ve como algunos árboles ya empiezan a florecer. Al pasar junto a una casa solitaria, un perrito chihuahua comienza a perseguirme ladrando, haciendo caso omiso de la llamada de su dueña, hasta que se cansa de mí un rato después.
Más adelante, me interno en una zona de bosque, en pendiente ascendente, y llego a una bifurcación donde un cartel indica que se encuentra cerca el viejo molino de Ania, en la orilla del río Andallón. Me desvío para explorarlo, pero no hay demasiado que ver y he tenido que bajar por una cuesta empinada que luego habrá que remontar.
Ya empiezo a notar un poco el cansancio. Son las dos de la tarde; llevo cuatro horas y media de caminata. Aprovecho para comer algo. En el futuro, no me desviaré tanto para “explorar”, a medida que la fatiga se vaya acumulando en mis maltrechos pies.
Tras unos minutos junto al río Andallón, salgo de nuevo a la carretera para llegar a Premoño, donde se encuentra la ermita de Santa Ana. Salgo del pueblo por un senderito que desciende de nuevo entre la vegetación y paso por una zona bastante curiosa: un tramo de la pista está empedrado en su zona central dejando un canal a cada lado para recoger el agua de la lluvia. De este modo se evita que se llene de barro el camino. Además, queda muy bonito en las fotos.
La ruta continúa alternando tramos de carretera con pistas rurales junto a pastos de vacas y algún viejo hórreo del que cuelgan numerosos aperos y cachivaches.
Poco después, caminando por un trecho de carretera sin arcén, aparece ante la vista, por primera vez, el río Nalón, uno de los más importantes de Asturias. El río desciende caudaloso y traza una curva amplia justo en este lugar.
En pocos minutos llego a Paladín. El día está ya despejado y, aunque el sol no calienta demasiado aún, es muy reconfortante sentarse un rato en la hierba escuchando solo el rumor del riachuelo que atraviesa el pueblecito. Aprovecho para comer el último sándwich que llevo en la mochila.
De Paladín a Grado
Después, la ruta baja hasta la orilla del Nalón, a poca distancia de una presa. En este punto la corriente es muy fuerte e impresiona bastante..
Ando durante unos minutos junto a la orilla del río. La senda, antes de volver a la carretera, cruza la Pasarela de las Xanas: un puentecito de madera que sirve para sortear un arroyo. En los primeros días de camino se cruzan varios de estos puentes, construidos a principios de siglo para recuperar pasos antiguos sobre riachuelos y regueros.
Ya estoy acercándome a Grado, entrando en la fase final de la etapa. Al llegar a Peñaflor se cruza el Nalón. Antes se puede contemplar un imponente peñón junto a la carretera y unas viejas casas, con aspecto de estar abandonadas, construidas en la base del peñón, como incrustadas contra el mismo.
El puente sobre el río tiene orígenes medievales al parecer, aunque ha sido reformado muchas veces, como es normal. No puedo sin embargo contemplarlo con mucho detalle ni hacerle una foto decente. Además de levantarse un viento considerable, empieza a transitar una caravana de coches justo cuando estoy cruzando. Este tramo hasta el centro del pueblo se hace un poco incómodo: por la carretera, sin arcén y con muchos vehículos circulando en ambos sentidos, aunque por suerte no es muy largo.
Peñaflor tiene numerosos hórreos muy bonitos y algunos bastante antiguos. Una pareja mayor sentada delante de su casa me saluda al pasar. Un minuto después, escucho a la mujer pegar un grito. Me giro y la veo haciendo gestos con el brazo. Al principio no tengo claro si se está dirigiendo a mí, pero enseguida me percato de que me he equivocado de dirección y que trata de decirme que no es por ahí. Por despiste, no me he fijado en una flecha indicadora y he continuado recto cuando tendría que haber tomado otra calle. Pese a que el Primitivo está perfectamente señalizado casi en el 100% del recorrido, es necesario prestar atención y no será la única vez que me confunda.
Saliendo de Peñaflor ya se puede ver por primera vez Grado, el final de etapa. El último tramo, de unos tres kilómetros, es cómodo y por pista asfaltada. Me encuentro con numerosos paseantes y runners.
A la entrada de la población, atravieso un paso a nivel y cruzo el río Cubia. El albergue público no está demasiado lejos. Muchos de estos albergues suelen situarse a la entrada de las localidades para no hacer caminar aún más al sufrido peregrino. Son aproximadamente las 17:20 horas.
El albergue es una casa de piedra de con dos plantas. Cuando me estoy aproximando, me percato de que varias personas en la entrada me observan y comentan mi llegada. Resulta que está allí la televisión pública de Asturias (TPA) para hacer una conexión en directo sobre el comienzo de la temporada de peregrinos. Los dos hospitaleros y las tres personas de la tele (la presentadora, el cámara y otra chica de producción) me dan una cálida bienvenida, momento en el que para mí se mezclan la emoción por finalizar la etapa con cierta incomodidad por ser el centro de atención.
En el albergue de Grado
La amabilidad de los hospitaleros permite, no obstante, que me relaje enseguida. Emilio es de Grado, y Paco es un voluntario de Valladolid que va a encargarse del albergue durante 15 días. El albergue ha abierto el día 1 así que soy uno de los primeros de la temporada. Paco me hace el registro y me comenta que el albergue lo gestiona una fraternidad de peregrinos. No se paga un precio fijo sino que es el peregrino el que decide dejar, como donativo, la cantidad que desee. El desayuno está incluido con la estancia. Posteriormente dejaré 10 euros que, en mi opinión, es el mínimo aceptable.
Me enseña las instalaciones y elijo cama. Es un único dormitorio con unas 16 literas y todas están libres ya que soy el primer peregrino del día. Estoy cansado pero tampoco excesivamente, al ser el primer día. Los de la tele nos quieren entrevistar así que me doy una ducha rápida y me acicalo para estar presentable.
Emilio me invita a una infusión y a unas galletas. También me regala un pin que es una flecha amarilla, uno de los símbolos del Camino. Los fabrica sin ánimo de lucro un peregrino de León y tanto él como Paco llevan uno. Además, me obsequian con un trocito de azabache, un fósil de madera de color negro, propio de la región. Emilio me comenta, con cierto misticismo, que el azabache se ha utilizado desde antiguo como amuleto protector por parte de los peregrinos y que él siempre lleva un pedazo consigo.
El ambiente es muy agradable. En ningún otro albergue la experiencia será igual, tan 100% “peregrina”. La reportera nos explica cómo va a ser la conexión y me adelanta las preguntas que me va hacer. Hacemos el directo y todo sale aceptablemente bien, creo yo, incluida mi intervención. Es una nueva experiencia, pues nunca me habían entrevistado para un programa en vivo.
Los de la tele se marchan. Anochece y quiero salir a cenar algo pero empieza a llover con fuerza así que me quedo un rato charlando con los hospitaleros. Y, cuando ya no esperábamos a nadie más, aparece un nuevo peregrino enfundado en su chubasquero. Es un joven brasileño, pero habla un poco nuestro idioma y entre todos, utilizando un poco de español, de portugués y de inglés, se consigue hacerle el registro y explicarle las normas.
Es una escena un poco cómica. Además, el brasileño no ha traído saco de dormir ni sábanas puesto que pensaba que siempre iban incluidas. En el Camino Portugués que realizó el año pasado era así. Afortunadamente, en el albergue le pueden prestar alguna manta. Paco abre un armario en el que guardan una asombrosa cantidad de prendas (jerseys, pantalones, toallas...) que muchos peregrinos han dejado allí, debido a que habían cargado demasiado las mochilas y no podían con ellas. Es lo que tiene la primera etapa del Camino, la toma de contacto con la realidad frente a lo que uno se había imaginado.
Salgo finalmente a cenar una hamburguesa a un bar cercano. El camarero me reconoce porque me ha visto en la tele un rato antes. Solo faltaba hacerme famoso. Posteriormente en el albergue, Paco, el chico brasileño y yo acordamos la hora del desayuno del día siguiente.
Me meto en el saco de dormir después de intercambiar algunas frases con el peregrino brasileño, que se llama Darío. En el dormitorio hay calefactores así que la temperatura es muy agradable. Termina así un día emocionante, difícil de olvidar: el primer día de mi primer Camino de Santiago.
Siguiente: Etapa 2. Grado - Salas
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En las dos veces que he hecho el Primitivo, la primera me paré en San Juan de Villapañada, en la segunda recalé en Grado. Había un hospitalero que había sido peregrino de pura cepa, era su primer día com tal y cuando salimos mi compañero y yo por la mañana se le caían las lágrimas por no poder venir con nosotros. No sé que impedimento tenía, pero ya no podía hacer el camino... al final siempre hay un combate por no abandonar. Saludos Íñigo!