Es nefasto saber demasiado antes de partir: el aburrimiento invade con la misma rapidez al viajero que conoce la ruta, que al novelista que está demasiado seguro de cuál será el argumento.
Paul Theroux.
Nos lo habían advertido. Probablemente nos enamoraríamos de Egipto, pero acabaríamos odiando a los egipcios debido a la ubicuidad y la implacable insistencia de los vendedores ambulantes, taxistas, guías, etc., apostados en los lugares más concurridos, siempre a la caza de clientes entre los turistas.
Y, efectivamente, ya fuera en el Valle de los Reyes, en el precioso templo de Edfu, frente a la esclusa de Esna –¡casi abordaban nuestro barco!– o junto a la esfinge de Giza, nos asaltaba un batallón de comerciantes cargados de mercancías para ofrecernos, a veces en perfecto español, todo tipo de recuerdos, bisutería y chilabas. También trataban de conducirnos a alguna parte o ejercer de guías.
No se detenían ante las primeras negativas. Insistían y nos perseguían; en ocasiones, mejorando su primera oferta. La única manera de zafarse de ellos era, como nos habían recomendado, ignorarlos: continuar nuestro camino mirando al frente mientras atravesábamos el pelotón de vendedores y su algarabía. Si nos parábamos, estábamos perdidos.
Tampoco parecían querer dejarnos en paz en las calles de El Cairo. En cuanto nos identificaban como turistas, lo cuál tampoco era muy difícil, algunas personas se nos acercaban y nos decían "Welcome to Egypt!". Sin embargo, ya con el hábito adquirido, también los ignorábamos y seguíamos andando sin responder.
Uno acababa algo malhumorado, pensando que todo lo que nos habían contado antes de venir era cierto y tratando de evitar el contacto con esas personas.
En esto, una mañana paseábamos por unos jardines cerca de la imponente fortificación medieval conocida como La Ciudadela. Sentadas en el césped, unas muchachas habían montado una pequeño picnic. Al pasar junto a ellas, nos saludaron sonriendo y con un gesto nos ofrecieron probar un bocado de su comida. Era un ofrecimiento amable y sincero. En ese momento, como si fuera una especie de revelación, fui consciente de algo: tal vez, las cosas no eran como las estábamos percibiendo.
Las ideas con las que habíamos llegado a país del Nilo –o hablando claro, los prejuicios–, habían condicionado nuestra forma de reaccionar ante lo que sucedía. La gente se comportaba como de antemano creíamos que se comportaría, o por lo menos, así lo juzgábamos nosotros.
Estábamos obteniendo lo que esperábamos obtener.
Sin ser conscientes apenas, habíamos asimilado lo que nos habían dicho previamente sobre aquellas personas, en lugar de esperar a experimentarlo por nosotros mismos.
La realidad era que los vendedores ambulantes no intentaban fastidiarnos, sino tan solo hacer su trabajo y ganarse la vida. Podríamos habernos dejado llevar y escuchar divertidos el parloteo de los comerciantes o disfrutar un rato jugando a regatear.
Y peor aún, la etiqueta que ya habíamos colocado, por lo visto, a TODOS los habitantes nos impedía darnos cuenta de que aquellos que nos daban la bienvenida a Egipto, eran personas corrientes que simplemente se mostraban agradecidas por nuestra presencia en su país.
Debido a las opiniones ajenas, en lugar de experimentar nuestro propio viaje estábamos repitiendo, en parte, el que habían realizado otros. Habíamos escuchado y aceptado las palabras de personas cuyos intereses o formas de ver la vida, no necesariamente tenían que coincidir con los nuestros.
La manera como vemos y juzgamos el mundo siempre está pasada por nuestro tamiz personal: aquello que para una persona es la mayor de las penalidades, para otra puede tratarse de una pequeña aventura o un aprendizaje.
Devolvimos el saludo y la sonrisa a las muchachas del picnic, aunque finalmente no nos sentaramos a comer con ellas. Comenté mi “revelación” a mis compañeros de viaje y resultó que también habían empezado a tener las mismas impresiones.
Durante el resto del viaje tratamos de movernos con un espíritu diferente: intentando contemplarlo todo con una mente más limpia, evitando los prejuicios y olvidando lo que creíamos saber. Aceptando las sorpresas que nos acontecieran, ya fueran positivas o negativas.
Solo de este modo se puede vivir un viaje único e irrepetible: tu propio viaje.
✒️ Un poema
Existe un precioso e inspirador poema, con referencias a mercados y a ciudades egipcias, que invita a experimentar con buen ánimo un viaje propio: el viaje de la vida.
“Ítaca” de Konstantinos Kaváfis
Konstantinos Kaváfis (1863-1933) fue un poeta griego aunque nació, murió y vivió durante muchos años en Egipto. No llegó a publicar en vida ningún libro de poemas. Trabajaba como funcionario y sólo en alguna ocasión imprimió libretos por cuenta propia, qué él mismo repartía a las personas que consideraba que podían entenderlos.
Su poesía, que empezó a conocerse tras su fallecimiento, se caracteriza por su nostalgia del pasado, y a través de ella explora temas como la belleza, el amor, la muerte y la pérdida.
“Ítaca” es uno de sus poemas más célebres. En él utiliza el viaje de Odiseo a Ítaca como metáfora del viaje de la vida y enfatiza la importancia de las experiencias y los aprendizajes del trayecto por encima del destino final. Nos alienta a vivir el momento, a disfrutar del camino sin prisas, sin perder de vista la meta (nuestra Ítaca particular) pero viviendo y saboreando los descubrimientos el presente.
Los obstáculos del camino (los lestrigones, los cíclopes, Poseidón) son monstruos creados por nuestra mente. Son solo un reflejo de nuestros miedos y se pueden superar manteniendo una mente elevada.
Al llegar a Ítaca tal vez no seamos ricos pero la vida nos habrá regalado un hermoso viaje. Nuestra riquezas serán la sabiduría y las vivencias acumuladas durante el camino.
ÍTACA - Konstantinos Kaváfis
Cuando emprendas tu viaje a Ítaca
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias.
No temas a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al colérico Poseidón,
seres tales jamás hallarás en tu camino,
si tu pensar es elevado, si selecta
es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.
Ni a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al salvaje Poseidón encontrarás,
si no los llevas dentro de tu alma,
si no los yergue tu alma ante ti.
Pide que el camino sea largo.
Que muchas sean las mañanas de verano
en que llegues -¡con qué placer y alegría!-
a puertos nunca vistos antes.
Detente en los emporios de Fenicia
y hazte con hermosas mercancías,
nácar y coral, ámbar y ébano
y toda suerte de perfumes sensuales,
cuantos más abundantes perfumes sensuales puedas.
Ve a muchas ciudades egipcias
a aprender, a aprender de sus sabios.
Ten siempre a Ítaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Mas no apresures nunca el viaje.
Mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin aguantar a que Ítaca te enriquezca.
Ítaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte.
Aunque la halles pobre, Ítaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya qué significan las Ítacas.
📸 Un momento
De aquel viaje a Egipto, hace ya unos cuantos años, guardo muy buenos recuerdos pero hubo un momento que destaca por encima de otros: ver un amanecer en el desierto.
Sucedió mientras viajábamos en autobús hacia Abu Simbel para visitar sus templos. Después de varias horas atravesando el desierto en la más absoluta oscuridad, empezó a clarear y aparecieron ante nuestros ojos infinitas extensiones de arena y formaciones rocosas en las que imaginábamos ver milenarias pirámides desmoronadas.
De pronto el Sol surgió tras el horizonte, al principio como una fina lámina, y fue ascendiendo poco a poco. En aquellos primeros instantes del día aún era posible observarlo directamente. Impresionaba, parecía inmenso. Era fácil entender por qué en la Antigüedad era reverenciado como un dios por los egipcios y otras culturas. Renacía para ahuyentar a las sombras y a los temores que infundía la noche. Enseguida tomé la cámara de fotos y, como pude, conseguí capturar algunas imágenes a través de los sucios cristales, mientras el autobús continuaba a gran velocidad.
Igual mi memoria exagera aquel momento pero juraría que todos los pasajeros contemplábamos el amanecer guardando un silencio casi reverencial.





Un nuevo año también es un nuevo amanecer. ¡Que tengas un gran 2025!
Gracias por leer. ¡Hasta la próxima! 👋
Íñigo.
Si quieres apoyar la newsletter, puedes hacerlo “invitándome a un café”:
Recomendaciones de material para senderismo, rutas y consejos:
Como comentas, el poema de Kaváfis es para leer con calma y volver a él con cierta frecuencia. Me pareció una maravilla cuando lo leí por primera vez y me sigue trasmitiendo lo mismo ahora. Enhorabuena por tu artículo.
Íñigo, me ha encantado esta carta y sus tres partes: los aprendizajes que os trajo aquél viaje sobre llevar puestas las gafas de los prejuicios, el poema de Kávafis (las dos estrofas "Ítaca te brindó tan hermoso viaje. - Sin ella no habrías emprendido el camino." me han girado la cabeza 🤯), y las fotos finales del amanecer (la primera es espectacular!).
Un post precioso, bien hilado, y que deja un fantástico sabor de boca. 😊 Muchas gracias por compartirlo.